Con cariño para Mika.
Vivíamos en una casa que construyó mi padre encima de la casa de mi abuela. (Nosotros los latinos y nuestra incapacidad para soltar cosas que nos hacen sentir cómodos y a eso le llamamos amor). Era una vista directo a la autopista, era imposible salir a tomar aire, salías a tomar contaminación y regresabas negrito de mugre a la casa. Excepto cuando llovía.
Al llover mi padre colocaba sus manos sobre el muro del cual colbagan las rejas, y miraba a través de esa blancura enegrecida de la pintura; se ponía a mirar el pasado, como si la lluvia fuese la nostalgia y a través de ella mirase los recuerdos que él llamaba su vida.
Era verlo vulnerable y humano, a él, un hombre tan fuerte, un dios de las palabras. Pensar en el padre que nunca tuvo, en la pobreza que lo vio nacer, en los éxitos tan vacíos, en letras de vallenatos y de poemas. Y lloraba, lloraba despacito, como si le bostezara el alma.
Siempre le preguntaba por qué lloraba, o por qué estornudaba como si fuese a romper los vidreos de los carros con tan estruendoso sonido.
Él reía como mirando su corazón roto y entendiendo que yo no podría entenderlo nunca, no podría entenderlo nunca porque él nunca dejaría que me quedara sin padre y con pobreza, como él se quedó.
Me preguntaba qué sentía yo al ver la lluvia. Yo miré agua cayendo. Y sentí un olor de tierra mojada como que limpiaba y sometía mi alma. Y como siempre, tenía el hábito de decir que no sentía nada cuando sentía algo tan enorme que me daba miedo tener que lidiar con el coraje de afrontarlo.
Él me decía que la lluvia lo hacía sentir triste, y acordarse de un amigo que quería mucho y que se había muerto. Me lo decía con los ojos viendo hacia adentro, como sólo se puede mirar cuando se miran las cosas que se han perdido.
Y desde entonces la lluvia tiene dos significados, uno sin nombre y con olor a tierra mojada. Y está la otra lluvia, la de los ojos de mi padre soñando lo imposible.
¿Y a ti? ¿Qué dolor se te moja cuando llueve?
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