Aquí estoy, arrojado a este mundo tenebroso. Me pene que estaba erecto hace unos segundos ahora es más sangre que piel, no hay metáfora que me salve. Mis padres me arrojaron al mundo y construyeron como pudieron una cuna del pensamiento cuyo recuerdo me llena de fascinación. Pero ya no tengo casi pene ni fuerzas para luchar. Ojalá el marido de mi amante me sentencie de un balazo inmediato. Acabando de una vez con tanta memoria pesada que anda sobre mis pies, cansada de esperar que pase algo nuevo pero imaginándolo con las ideas que se forman a partir de lo viejo, pues lo viejo es lo único por lo que he pasado, sólo aquí y ahora siento lo nuevo: la perdida de mi pene y junto a él mis mayores placeres; la perdida de mi sangre y junto a ella mis dolores. Date prisa y mátame, idiota. O bueno, ya qué, lo último nuevo que me va a pasar es esto. Ah, que ladilla es esperar, y no lo digo por esperar tu balazo. Aunque ya deberías matarme.
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