Él despertó junto a la mañana y salió a escuchar el trino de los pájaros. Estaba perdido en la maravilla que es sentir los tonos de todos los colores sin ponerles nombres, su mirada se hallaba fijada involuntariamente en una gota de rocío encima de un trebol. Entonces la vio a ella, venía regresando borracha de la noche, y en ese momento comprendió que nunca volvería a ser capaz de sentir nada por ella que no fuese lástima. No quiso mirarla, no quiso que sintiese que él se creía superior a ella sólo por no necesitarla -que era un hecho-, y dejó que el sentir de la fresca mañana se convirtiera en la muerte de la violencia inherente de los deseos y sus contradicciones.
Ya no eres ni un deseo frustrado, pensó, ahora eres sólo lástima, así que será mejor hacerte creer que no eres nada
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