En Venezuela tenemos un postre llamado La bomba rellena, que es una dona esférica rellena de mucha crema y cubierta de azúcar.
Recuerdo que cuando iba a visitar a mis primos en Paraparal, el pueblo de la sombrilla, había un señor que iba casa por casa vendiendo Bombas rellenas. Al señor lo llamábamos Tomas Perez, ese no era su nombre, pero lo llamábamos así por su resemblanza con el pelotero que aprendí a amar mientra jugó con los Navegantes del Magallanes. Tomasito Perez nunca fue un jugador estrella, pero era del tamaño del desafío que se le presentara, era abiertamente fanático de los Cardenales de Lara, ya que él era de Barquisimeto, pero vistió la camisa de todos los equipos de la liga, y gracias a su constancia y su hambre por jugar en Venezuela, terminó siendo uno de los jugadores con más imparables conectados en la liga, resultado más de su constancia que de su talento natural.
El señor Tomas Perez, pasaba casa por casa gritando que ahí venía llegando la bomba rellena, yo nunca llegué a verlo en persona, pero lo imaginaba como si el jugador de béisbol llegase, luego de recorrer las soleadas calles de Paraparal con su cruz de vendedor ambulante.
Paraparal era un pueblo de casas construidas luego de que se había secado el inminente lago de Valencia, y ya para cuando yo me fui de Venezuela, el lago estaba retomando lo que era suyo, dejando a un sin número de familias de bajos recursos sin hogar, destinados a ir a refugios por tiempo indefinido, ya que nunca se les ofreció solución, y al final la mayoría terminó por irse del país debido a la crisis de cualquier forma.
Paraparal era una tierra de gente pobre y de delincuentes, muchos se asustaban cuando en Maracay decías que eras de allá, pero yo recuerdo a Paraparal con los ojos del niño, siento que sólo estuve en Paraparal un día y mil noches, porque cuando estaba de día, jugaba con mi Primo Gabriel, siempre los mismos juegos, siempre la misma felicidad en diferentes formas, pero en las noches, las noches eran otra cosa, recuerdo que me costaba mucho dormir en los colchones casi sin relleno del cuarto de mis primos, y de vez en cuando me despertaban los sonidos de balazos en las calles o los interminables maratones de vallenatos a todo volumen de los vecinos.
El país se fue yendo para siempre junto a mi niñez, recuerdo que cuando Chavez estaba en sus primeros años el primer cambio de la Bomba rellana era el pan, sabía como rancio, pero luego de morderlo el festival de placer cremoso te inundaba la boca, y no le hacías caso. Luego el señor Tomas Perez pasaba cada vez menos, y nosotros, como somos una familia retorcida, empezábamos a bromear de que se había muerto, y luego nos sentíamos mal por habernos reído. Luego las bombas eran más pequeñas, y al final terminaron por llegar sin crema, eran sólo pan rancio con azúcar, hasta que la azúcar empezó a escasear y ya Tomas Perez cambió de oficio o se fue del país, quién sabe. La moraleja de esta historia es que antes del Chavismo nos quejábamos de que las Bombas rellenas eran caras, las comprábamos, disfrutábamos, y seguíamos con nuestras vidas. Luego del Chavismo ya no habían Bombas rellenas.
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