Para una mujer que me ama y que no existe.
Es la cuarta vez que intento escribir esto, no sé a ciencia cierta si me recuerdas; pero tengo la humilde sensación de que soy inolvidable. Tampoco sé si deba enviarte esto, creo que no, porque deseo que sientas lo que sentí cuando te fuiste: cuando me hablabas con los ojos brillando de un entusiasmo que no era por verme sino por haber visto a alguien más. Así estabas, conmigo pero ausente.
No me gusta como ha quedado este primer párrafo, pero si uno va a desgarrarse debe ser sin miedo a equivocarse.
De todas formas tampoco es que tengas muy buen gusto, no sé si recuerdas aquel poema que te escribió alguien que no era yo; el poema era malísimo, sin embargo dije que era lindo para que no pensaras que sentía celos. Te juro que quería sentir celos, sentir celos es una de las emociones más estimulantes cuando la genialidad de tu rival lo amerita, pero ese poema era, a comparación con los que te hice, como medir a Neruda con Elvira Sastre. Eso me molestaba, que pasaras tanto tiempo con alguien que no soy yo y que además no era tan fascinante.
Sé que estás muy triste, me di cuenta en esa forma tan escandalosa que tienes de decir que la pasas bien, que no puede significar otra cosa que un huir de tu tristeza.
Otros te querían por lo que eres, yo te quise a pesar de lo que eres. Porque otros te daban placer, yo no, yo realmente lo daba todo porque fueras feliz, pero eso toma más esfuerzo y compromiso, tal vez por eso te fuiste y tal vez por eso abandonaste tus clases de guitarra (al tercer día) y tus deseos de pasar el verano ayudando a los ancianos.
No encuentro una forma de decir que eres maravillosa sin sentirme un mentiroso, porque me he desilusionado. Estos son los versos más hermosos que alguien te ha escrito, porque no son para seducirte de ninguna forma, sino para decirte que amo este silencio que nos separa y que constituye la inevitable distancia entre nosotros que significa el porvenir. Una distancia llena de nostalgia y de ti, por mi parte; una nostalgia sencillamente sin mí, de la tuya. Amo este silencio porque seguiré queriéndote a pesar de que no tengo el más mínimo deseo de volver a hablarte, sentirte, o verte. Ya no siento nada más que una ausencia, no hay verso que me niegue el hecho de que ya no estás y que aunque vuelvas no serás la misma. Así que prefiero esta nostalgia de la mujer que fue sólo mía que la presencia de una mujer que no es nada porque no es de nadie, ni de sí misma. Podrías decir que nunca fuiste mía, pero ambos sabríamos que mentirías.
Me gustaría decir que alargo esta carta para saborear los últimos instantes contigo. Pero estos están muy lejos de ser los últimos o los mejores versos que te escribo, la mujer que entró en mi vida aún sigue en mi piel junto a tantos versos de Neruda y Cortázar, la mujer que se me desvaneció frente a mis ojos aún cuando me decía que me amaba. Sé que me seguirás leyendo y te seguiré escribiendo, separados por el mismo amor que nos unió, siendo más juntos que nunca, siendo dos puntas de la misma nostalgia.
Me gusta que estés triste, así comprenderás lo vacía que es tu vida y de una vez por toda empezarás a ser lo que siempre has esperado ser y no te has atrevido.
Ya intentarán contentarte muchas otras personas, pero yo te amo demasiado como para mentirte a los ojos y decirte que todo está bien. Porque no es así, y porque sé que puedes; sé mejor que todos esos amigos desechables que te abundan, lo que eres capaz de llegar a ser.
A veces no sé si me enamoré de ti o de tu tristeza, a veces no sé si la razón de que no me ames se deba a que no eres capaz de recordar tanto como yo. Podría decirte cómo eran tus ojos la primera vez que te vi, podría confesarte cuánto me gustabas cuando eras sólo una fea intelectual y no una fea intelectual y buena en la cama. Porque lo que vi de ti era muy profundo, lo que vi de ti no sé a dónde se ha ido pero me niego a olvidarlo. La clave de la felicidad es tener mala memoria, yo no la quiero, porque te quiero; y sé que aunque te esfuerces no podrías recordar los detalles que vivimos juntos.
Me niego a olvidarte y a dejar de escribir sobre ti, me niego a fingir que el amor que sentí no fue real, solamente porque no fue mutuo.
Sé que al leer ésto pasarán años antes de que vuelvas a hablarme, porque jamás te has atrevido a remendar un corazón que fracturaste. De una vez te digo que estoy consciente que huirás muy lejos de mí al leer esto, que me leerás tímidamente como un cobarde y que te perderás en delirios hasta que la tristeza te lleve hasta ti, hecho siempre inevitable. Inclusive eres capaz de correr a mi socorro apenas leas esto, no por amor sino por miedo a tener miedo.
No voy a responderte, querida, he amado demasiado lo que fuimos como para obligarlo a ser lo que seríamos.
No te pediré que me olvides porque sólo eres capaz de recordarme cuando me sangra el alma en los poemas, que con todo ese amor que no sentiste, provocaste.
Todo está bien, me niego a olvidarte.
Me niego a eso y me niego a aceptar cualquier cariño que nazca como consecuencia a esta y futuras cartas: nada más hipócrita que un amor desesperado.
Entonces, amor, me despido por ahora; no porque no tenga nada que decir sino porque estoy cansado. Aunque no leas esto y huyas, seguiré con lo que siento porque es verdadero, genuino en cada letra. Ojalá la pases muy mal, salgas e intentes escapar, grites al mundo que eres feliz como muestra máxima del cinismo puro. Y ojalá, ojalá eso te haga encontrarte, en medio de esa soberana ridiculez, con la mujer que quise y quiero; la que tal vez nunca fue pero no importa: yo la invento. La mujer preciosa que ayer nos hizo y hoy nos separa.
Posdata: No me pidas explicaciones, no las tengo, y por eso escribo y seguiré escribiendo, y ojalá jamás las encuentre.
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