No me compares, amor, no arruines mi paseo bajo la lluvia de esa forma. No quiero que me digas que no caminas con nadie como caminas conmigo porque soy la única persona que conoces que sabe ver la vida de una forma tan hermosa.
¿No te das cuenta que lo hermoso es la lluvia, y mi forma de verla y de sentirla me hace uno con ella? La lluvia y yo somos unos, y si nos separas de la lluvia y me pones a un lado, y separas tu pasado y lo pones en otro, luego de las sumas y las restas necesarias para la comparación ¿dónde queda la lluvia? ¿ves? Hay más nubes en tu mente -y en la mía que produce esta conversación imaginaria- que en el cielo que nos empapa.
No sé si me dices que soy mejor que nadie porque de verdad lo piensas, o porque tienes miedo de lastimarme y de perderme. Tal vez si lo formulase a la inversa tendríamos la respuesta.
Sí, ya había pensado hace mucho que tenías amantes además de mí, más que pensado lo había asumido. Creo que es más sano pensar que todo el que se acuesta conmigo puede acostarse con quien le da la gana. Sin embargo, siempre hay algo de mentira en el razonamiento prefijado. Cuando me dijiste -porque te pregunté- que sí tenías otros amantes, un licor ardiente sentí inundar mi sangre empezando desde el corazón. No sé de dónde habrá salido tanto dolor, debe ser de mi mente dormida, porque no hubo pensamiento que me lastimara, simplemente me sentí inconsolable.
El primer impulso fue el habitual, compararme y decir que nadie iba a darte lo que yo, lo cual ambos sabemos que es cierto, pero al permitirnos esto, nos estamos condenando a la desgracia, la desgracia de mojarnos sin sentir la lluvia. Porque cuando uno se compara se lastima, y si no podemos vivir sin compararnos entonces no es vida en absoluto.
Recuerdo que te detuve cuando te confesé que me sentía mal y trataste de decirme que eso con ellos no es ni parecido a lo que es entre nosotros. Tal vez sea cierto porque todas me han dicho lo mismo, pero si acepto eso, me aislo de la realidad para encerrarme en un cuarto oscuro a repetirme que soy genial, que nada malo pasa, llenándome de odio y de dolor y de miedo.
No sé cuántas veces ya me ha pasado que suelo confundir con el amor a esa preciosa y patética emoción que siento junto a las personas que me permiten adorarme a mí mismo a través de ellas. Me doy cuenta de esto porque siempre que escribo poemas de amor es por alguien que dice sentir por mí todas las cosas que yo quisiera que todos sintieran por mí, lo cual es inseguridad, y por eso siempre termina en un placer embriagador y con un desgarro como resaca.
Ahora que he visto porqué me dolió tanto, creo entrever también porqué me gustas tanto, y es tan triste darse cuenta de que uno es el responsable de su propia miseria, y me refiero realmente a darse cuenta, no a tener autocompasión que es otra forma de evadirse, ni a decir que no eres tú soy yo. Hablo seriamente, hay un momento en el que uno se siente totalmente miserable por no tener más opción que ser libre. Y además, me acabo de caer de culo en el barro, y no quiero ni que me toques para levantarme.
No sé que hacer con este resentimiento que siento por ti, que ni siquiera es por ti sino por la imagen que hice de ti, para poder adorarme a través de ella. Tal vez nunca te quise, pero cómo negarlo, si te adoré tanto, uno no puede adorar tanto a otro ser vivo sin que esta adoración se deba a otra cosa, a una carencia interna más que a una apreciación del objeto adorado.
Yo soy el resentimiento que siento por ti, ese resentimiento no es un intruso que se metió cuando supe lo que había sabido hace tanto tiempo sin querer saberlo. Yo soy esta inseguridad de compararme con los otros, soy este miedo al futuro que me llena de terror al escribir esto porque siente que escribirlo es sacarte de mi vida, así como también soy estas ganas de correrte a patadas de mi vida por haberme lastimado, es decir, por permitir que me desmienta a mí mismo.
Hay demasiadas cosas aquí, y nada de eso es el amor.
No me compares, querida, no te engañes diciendo que me quieres como lo hice yo.