No sé hasta cuándo me va a pasar esta mierda, en serio, me pasa siempre, siempre me pasa. Cada vez que intento servir el café se me derrama por la parte de abajo del pico de la jarra. He intentado de varias formas pero siempre es lo mismo, lo mismo siempre. Creo que el café es como esos animales que te huelen el miedo y cuando te ven medio caga'o, zas, se derrama.
No creerían el esfuerzo que hago para que no se den cuenta de que se me ha derramado, saco el trapo con sigiloso ahínco; y es casi un hábito, el derrame y el limpiar se han vuelto parte del proceso de servir café. Como no puedo corregirlo procuro hacerlo de forma veloz, y de forma natural, sin quejarme de mi torpeza para que todos incorporen esto como suelen incorporar a su cotidianidad cosas aún más extraordinarias.
A veces el maldito portugués hediondo -mi jefe- ve cómo se me derrama, y yo me aseguro de no demostrarle el más mínimo miedo, con los jefes siempre es la misma vaina, no saben que te equivocas al menos que les falte plata o te vean caga'o. Lo mismo ocurría con mis padres, decían que no me esforzaba para nada, que no me esforzaba, decían. Y era cierto, jamás me he esforzado y puesto empeño en nada como el que pongo en esconder -y a la vez incorporar- el derrame del café en la vida de los otros. Es asombroso lo mucho que uno puede esforzarse simplemente por una vagina.
Naturalmente cuando hablamos de vagina hablamos de otra cosa, algo que tiene que ver más con la vanidad que con la persona en sí misma. Si realmente nos importarán las vaginas no estaríamos tan interesados en cogerlas. Lo cierto es que quizá podamos insinuar que hay dos caminos que suelen seguir los hombres: uno es el de tener talento para poder tener mujeres, y el otro es el de ir por las mujeres a fuerza de no tener talento, y algunos hacen de este ir por las mujeres su talento.
El problema cuando como yo, conquistar mujeres se vuelve tu talento, es que sencillamente de esas cosas no te desprendes tan fácil; eres mejor que todos los hombres a la hora de seducir, pero al mismo tiempo seducir se vuelve una cosa mucho más seria para ti. Lo que trato de decir es que a los tipos normales les rompen el corazón, a mí me rompen el ego, y esa joda duele más.
Angie trabaja aquí desde hace tiempo, no entiendo cómo puede alguien trabajar en una panadería al menos que odie profundamente su existencia y disfrute de recordarlo cada día, una especie de sadomasoquismo existencial; lo mismo que ocurre con los que leen los libros de Onetti o de Camus. Sólo que con mucha menos arrogancia e intelectualidad.
El salario es una mierda, no simplemente por ser en Venezuela, ha sido así incluso antes de Chavez, y es casi por sentado que si trabajas en una panadería tendrás un jefe que es más imbécil que tú -Aunque cueste creerlo-. ¿Qué clase de criatura prepotente puede creerse jefe de alguien sólo por supervisar que hagas pan y sirvas café y por chuparle el pene a un portugués hediondo?
A Angie la intenté enamorar con poemas, pero por supuesto uno no puede ir a una discoteca y esperar que alguien que tiene un letrero en la frente que dice: "Doy culo por teléfono y doy papo si me llevas a pasear en tu carro" esté interesado en poesía, los deseos siempre se interponen entre nosotros y lo que tenemos al frente, seguro he pasado por al frente de mujeres más inteligentes -y como el lector ya intuye, más bonitas- que Angie, pero yo ando muy ocupado en sus tetas como para verlas. Lo cierto es que las tetas no son gran cosa, en las fotos son una cosa tremenda, pero cara a cara no son más que grasa colgando. Lo que importa es lo que representa: lo que nadie te invitó pero precisamente por eso quieres tener.
La pobre Angie es tan tonta y quizá por eso me gusta, no tiene idea de mi existencia, de mi profundidad, y eso me encanta; es esa y no mi labor en la panadería y el maldito café que se derrama mi verdadero masoquismo. Saber que puedo tener a cualquiera -o sea, unas dos o tres opciones, por lo menos- pero a ella no, y que aunque le empapara la cara de semen sería lo mismo; bueno, no, sería mucho más rico que estas manos oliéndome a café y a trapo. Pero algo me dice que no puede verme y al mismo tiempo sí, algo me dice que sabe que soy una buena persona -Eso no es difícil, cuando uno escribe poesía creen que eres bueno sólo porque les resultas estimulante, como todo en la vida, Supongo- pero ella quiere otra cosa, ella tiene ego, por eso sigue trabajando aquí a pesar de que pudiera estar feliz de la vida con el hijo de un viejo con dinero, o en su defecto con el viejo mismo. Pero sigue aquí, y por eso yo también sigo, porque uno se vuelve poeta para que los otros se humillen ante la belleza que creas -Realmente no, uno se vuelve poeta por dolor, pero se mantiene siéndolo por poder- y tengo que encontrar una manera de dominar a esta mujer, de controlarla, de hacerla necesitarme, de que venga a limpiarme el café y decirle que se vaya porque no la necesito pero se quede ahí porque no sabe cómo irse.
Pero lo cierto es que no la he tenido ni voy a tenerla nunca, lo cierto es que renunciaré, lo cierto es que abandonaré mis deseos perversos -porque la maldad siempre está en lo que se desea, la consumación del acto carece por completo de maldad- y me iré a quién sabe dónde, y leeré mucho para olvidar mis recuerdos a fuerzas de construirlos. Y seguramente soñaré con ella, con esos senos que serán de otra porque no se los he visto, con el sabor de los pezones de otra, con todo prestado pero con la mascara de ella. Porque al final uno siempre desea a la misma mujer, y siempre uno se folla a la misma mujer; pero lo que importa, a lo que uno se aferra, es a su mascara, a esa parte de ella que no existe al menos que se mantenga frustrada, porque las máscaras de las personas sólo se ven en nuestros sueños cuando nos duelen. Y las personas mismas están ahí, pero no podemos verlas, porque se nos derrama el café y hay que limpiarlo muy rápido, porque si no puede ser que nos vean sin nuestra máscara, y de pasar eso tendríamos que aceptar que los otros se quiten las suyas; y ya no habría deseo, no habría dolor, no habría café, ni portugués de mierda y todo iría tan bien y sería tan tranquilo.
Pero me sigo aferrando, pero me sigo aferrando, sin perder la esperanza de que un día pueda arrojarle el café en la cara al viejo portugués hediondo y pueda cogerme a Angie como a la miserable puta que no es, y luego seguir, seguir, buscando con desesperación otro café el cuál limpiar antes que todos se den cuenta, y otra máscara, que me tape los ojos por completo, para que se me pueda derramar el café, y sólo darme cuenta una vez de que esté en el piso, y echarle azúcar, y lamerlo, y que todo sea tan hermoso, porque por una vez todo dejaría de ser lo mismo, lo mismo siempre, esta maquina incesante de repeticiones a la que llamo máscara, y jamás se me cae de los ojos.
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