"Have you ever feel secure in my arms?", decía el viejo con una voz agonizante y patética, pidiendo una última mentira agradable de esas que llamamos esperanzas, antes de irse de este mundo.
Nunca fue un buen hombre, por eso fue ambicioso, y por ser ambicioso terminó siendo poderoso.
El poder, esa ilusión, esa mentira para disfrazar nuestra inherente frágilidad de seres vivos. Todas las criaturas enfrentan la muerte de maneras distintas, pero ninguna la entiende.
Quizá quien más se acerque a entenderla sea el águila, que apareció hace un par de años en mi ventana a enseñarme que sentía su muerte, y que quería morir -aceptar lo inevitable- lejos, y sola, mirándome aún en su agonía con los ojos más valientes y libres de miedo que alguna vez me han mirado.
Pero asumo que no todas las aguilas mueren de la misma manera, así como no todos los hombres viven en las alturas de la libertad.
Pero de qué sirve el poder, ese mediocre anhelo de los cobardes, cuando se está así, con unos tubos introducidos en tu nariz, evitando lo inevitable; y tú, te encuentras ahí, dándote cuenta que hace años que eres débil y viejo, pero que las mentiras que comprabas para escapar de la realidad te daban lo que querías, aunque fuera absurdo y patético, como esa mujer que sostiene tu rostro y por alguna razón misteriosa para ella, en este último momento de tu vida, no haya fuerzas para mentirte.
Probablemente porque nunca se sintió segura entre tus brazos, pero siempre temió este instante, en el que la comodidad la abandona. Ahora tiene el temor de perder todas esas cosas que alcanzamos para llenar el vacío por no sentirnos amados.
No, no es sólo la fuerza lo que nos hace sentir protegidos, sino sentirnos amados. Es por eso que los cobardes siempre anhelan lastimar a quienes están a su alrededor, para confirmar cuánto les aman. Acto por lo demás inutil, porque el cobarde perpetua eternamente sus miedos en esa huella dáctilar común en todos los seres humanos que se llama egoísmo.
No, ella no podía decirle que lo amaba y que se sentía segura, porque desde el comienzo se vendió a ese hombre mucho mayor por miedo a la responsabilidad de asumirse libre, pensaba que no debía temer si no era ella quién se hacía cargo de sí misma. Viajes, tetas enormes y ropa cara. Era un niña malcriada, pero una mujer que se niega a ser lo que es no es una niña, es una mujer que se niega a asumirse responsable y sin excusas.
Y ahí estaba, temblando por miedo a perder sin saber que realmente temblaba por miedo a ser.
El viejo murió sin escuchar nada, porque estaba sordo, y casi ciego, y tan anhelante de mentiras que imaginaba a esta completa extraña que había comprado con dinero -con lo que sólo se pueden comprar las cosas sin demasiado valor-. Y pensando que era su primera esposa, la que empezó a amar sólo luego de haberlo dejado, o tal vez en aquella amante que le fastidiaba pero cuando dejó de amarlo sintió el poder del miedo que sólo sabe manifestarse a tráves de deseos, de lo que nunca fue ni será.
Quién sabe cuál de todas esas mujeres que jamás amó, que sólo eran distintos rostros para un mismo anhelo; quién sabe cuál de todas esas mentiras le cerró los ojos, para decirle que todo estaría bien, cuando realmente ya no había nada.
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