Pero para hombres como Federico ser mujeriego no es algo que tenga remedio. Si ser mujeriego fuese un crímen, Federico sería un seductor serial. En hombres como él ser mujeriego es incurable a pesar de su juventud y no necesariamente debido a ella. La seducción para él no es algo que se le diera con facilidad o con naturaleza, él desarrolló su técnica, sus estrategias y su estilo, como parte de un descubrimiento de sí mismo, estaba intrínsecamente ligado a su personalidad. Él era seducción.
No nació con suerte, no tenía el dinero suficiente para que las mujeres lo acecharan ni tampoco el atractivo extraordinario para que ellas desearan ser acechadas por él. De niño conoció el amor que sólo experimentan los poetas, y descubrió muy temprano que el camino del deseo se encuentra lleno de frustración. El dolor estaba asociado con cada niña de la que se enamoraba, los amores no correspondidos le hacían idealizar la lejanía y sentirse seguro en el terreno de lo imposible. Pero él es hombre y un hombre no es completamente uno al menos que su sed sea infinita y lo haga ser más de lo que ya es.
Federico pensaba como un asesino en serie, tenía una mente criminal en donde cada crímen era conseguir seducir a la mujer que deseaba. Pero no era un talento innato sino perfeccionado. Durante sus años de adolecente el dolor y la soledad llenaron su vida. Experimentaba ataques de ansiedad, lloraba en las noches porque se sentía sólo y cada vez que su amor era correspondido terminaba inexorablemente en decepción. Fue por la ansiedad que empezó su interés en la poesía y fue por la decepción que empezó a interesarse en lo que él entendía como filosofía.
En este punto de la historia Federico se creía mejor que los demás. No sentía placer al respecto, era completamente un mecanismo de supervivencia, era su forma de sobrevivirse de sí mismo. Su sentimiento de superioridad no era diferente al que todo ser humano siente con respecto a todo lo que le rodea, ya sea que esté consciente o no de ello, pero en este caso Federico comprendía a fuerza de sufrimiento que si no creía en sí mismo estaba condenado a una vida que de tan sólo imaginarla le producía repulsión.
Fue por eso que él no pudo evitar dejar salir su maquinaria de encantos cuando la vio por fin al siguiente día. La atacaba con humor y la acaricaba con poesía casi simultáneamente. Su instinto de seductor asesino era infinitamente más fuerte que sus aspiraciones de poeta idealista.
"No viniste ayer" le dijo, "Me quedé esperándote y me puse triste pensando que era porque habías regresado con tu marido" y lo dijo con un encanto, una confianza en sí mismo y un desapego que la invitaban a reírse, a golpearlo sin violencia, a mirarlo con una sonrisa desarmada.
Federico tenía no sólo la creatividad de un comediante y el carisma para hacer reír, sino que además de su ingenio era capaz de improvisar con una limpieza y una precisión para decir siempre lo correcto y lo menos esperado al mismo tiempo que era su característica más remarcable, la que lo hacía único en el mundo.
Ya era demasiado tarde para hacer poemas, este joven había nacido para ser un hombre de acción por encima de letras. En un instante de descuido de parte de ella él se asomó a su trasero y debemos decir que Federico era uno de estos hombres que cuando ve a una mujer que le gusta, él inmediatamente siente que lo mejor que le podría pasar a esa mujer es la experiencia de ser seducida por él. Y ese instinto y esa arrogancia era el resultado de haberse cansado de vivir sintiéndose inferior a los demás hasta resolver que él debía creerse el mejor sin importar que el mundo no pensara lo mismo. Era quijotezco, pero no por eso menos atractivo.
Todos los hombres que llegaban al local compartían el deseo de Federico, pero carecían de su talento y de su genio, eran evidentes, simples, obvios y no fracasaban por directos si no más bien por básicos. Pero Federico había dejado de experimentar celos hace muchos años, debido a que creía que las mujeres eran inferiores, en particular y los seres humanos, en general, a la imagen que tienen de sí mismos. Es decir, cada vez que experimentaba celos pensaba que era sólo una humana, que los seres humanos no somos capaces de estar al nivel de nuestros propios ideales, y que sólo los creamos para sentirnos bien con nosotros mismos. Como a todo joven, le seducía el nihilismo.
Su sentimiento ante las mujeres era fragmentado, por un lado sentía una naturaleza poética que lo invitaba a enamorarse y verlas como seres únicos y extraordinarios, y por otro lado, la experiencia y las estrategias sistemáticas que había desarrollado para entenderlas le hacían sentir que eran muy poco especiales, las veía cada vez más por lo que eran y cada vez menos por quienes eran. Sentía que lo real era lo que todas tenían en común, y que lo que tenían de especial no era otra cosa que espejismos de su imaginación. Estaba en una lucha interna entre el deseo de creer y la maldición de saber demasiado. Pero en esa hora a la semana en la que estaba con ella se llenaba de inspiración, de ganas, ignoraba las señales obvias de que ella no era ideal, o tal vez más que ignorarla sólo conseguían entusiasmarlo más, desearla más. Acercarse a ella lejos de volverla parte de su rutina convertían su rutina en parte de lo que él sentía por ella. Soñaba con ella mientras la escuchaba, deseaba tocarla mientras la miraba, y quería sentir que era su dueño mientras más visualizaba las imperfecciones de su desnudez.