Ella no era hermosa, y nunca se dió cuenta del significado que para él tenía su existencia hasta ese momento exacto en donde la esperó por primera vez, pero ella no estaba. Si como lectores tuviésemos el poder de asediar a Federico y preguntarle por qué mientras estaba descargando un camión de botellas de agua que había llegado de sorpresa en esa madrugada húmeda de Junio, le dió por quitarse la camisa, y emocionarse ante la idea de que ella lo viese por primera vez sin su uniforme de trabajo, seguramente él se sentiría lleno de vergüenza y lo negaría con la ferocidad con la que negamos una verdad simple que nos hace sentir desnudos.
Todo empezó a dejar de ser normal y a empezar a ser esta historia en el momento en el que él vio en la hoja sucia pegada a la pared en dónde se encontrada el horario de trabajo, que a ella se le había asignado un día a la semana que nunca antes se le había asignado, y que significaría que la vería dos días esa semana en vez de uno. Y en ese instante, sin estar al tanto de ello, su cuerpo sentiría un éxtasis de tener el doble de ella, de su presencia sutil pero pesada, de su amabilidad que parecía parte de un mundo que para él había dejado de existir, y de esa belleza tan imperfecta que le hacía obsesionarse por ella sin saberlo.
Antes de verla por primera vez, él se la había imaginado como una mujer hermosa que causaba hechizo en los hombres debido a historias que escuchó. Pero al verla sintió sin saberlo una felicidad enorme debido a que era mucho menos hermosa que su leyenda. Tenía unos ojos extraños, por no decir asimétricos. Unos dientes imperfectos, como todos en su familia, que eran como una segunda familia para Federico, y además ese cuerpo de madre en el que lo que antes era apretado sin esfuerzo cobraba ahora la textura de una lasaña. Además de un cabello teñido de rojo con raíces que hacía meses debían haberse retocado aunque sin embargo eso no ayudaría de mucho debido a que el color no inspiraba naturalidad ni elegancia.
Pero ella tenía algo único, algo que no se descubría hasta conocer su historia, o la manera en que ella la cuenta, para ser más precisos.
Sus encantos físicos empezaban con su pequeño tamaño, que daba ganas de cuidarla, con su mirada de niña que pretende ser feliz pero llora por las noches, y en general, un enorme deseo que crecía en contra de su voluntad por protegerla de hombres como él.
Ella era dulce con él, pero por más que él se esforzase en tratar de ver si había rastros de deseo en la ternura servicial de su tacto, él no lo encontraba. Parecía que era bella por naturaleza y no porque quisiera algo de él o con él, y eso le producía al joven Federico la tortura más bella de su vida. A veces Federico hacía intentos, como quien no quiere la cosa, esperando fallar pero con la satisfacción de descubrir la naturaleza de esa mujer con respecto a él. Se acercaba sin esperanzas y por eso sin temor a ser rechazado. Pero ella sólo parecía tener dulzura dentro de otra, y correspondía a sus juegos sin picardía, pero con una inocencia de niña que le hacía sentir a Federico que esa inocencia podría perderse para siempre al menos que él llegase a poseerla.
Cuando se había retrasado media hora, Federico se vio reflejado en la ventana, se miró directo a los ojos como si no fuera él o como si se odiara. Nunca se había sentido tan atractivo en su vida antes de ese periodo en el que empezaba a conseguir éxitos pequeños y aprobarse a sí mismo. Era un niño todavía y como todo niño estaba intentando cada día probarse como hombre, debido a que si un niño no lo hace lo único en lo que se puede convertir es en patético. Pero estaba ahí, y nunca se había sentido tan poco atractivo como cuando se vio sin el uniforme y se sintió feo, la ausencia de ella le había quitado en un instante toda la confianza que tenía de sí mismo. No como si jamás hubiese existido, sino peor, como si la hubiera apostado y luego perdido.
Fue entonces cuando él tomó la resolución de por primera vez en su vida no intentar ir detrás de una mujer que le genera deseo, y dejar que se quedara en aire todo lo que siente, por miedo a matarlo si lo toca. Ese fue el preciso instante en el que esta historia comenzó, porque fue en ese instante en el que Federico dejó de ser hombre por primera vez para empezar a ser literatura.
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