El tiempo que pasó, casi un año, como dijimos, servía para borrar de su mente la repulsión que sintió cuando llegaron a su casa y vio lo diferente que se veía desnuda.
Él se había encargado de entretenerla, de hacerla reír y había pretendido estar interesado en su vida con una profundidad falsa que se sentía mucho más real de lo que jamás se sintió para ella el interés genuino de sus amigos que no tenían la capacidad de comprender el profundo misterio del sufrimiento humano. Él comprendía el sufrimiento de ella, pero no le importaba. Aunque a veces comprenderlo importa más.
Ser hombre es ser un cazador. El sexo es tu presa, no la mujer.
La mujer, el animal. Es una cosa. La mujer, la persona, la identidad, es otra. El sexo pertenece al animal, pero el recuerdo del sexo y como se siente uno al recordarlo, es la persona. La persona es siempre la memoria, el pasado. El sexo es el instinto, el ahora.
Fabián había fijado sus ojos en su amiga primero, Fernanda la mexicana. Era más joven (aunque ambas mayores que él, con hijos, carreras y fracasos), menos gorda y con un resentimiento latente por su marido que la hacía sexy por tener el corazón frío y destruido.
Si le preguntaran a Fabián, o mejor si se lo preguntara el mismo, sin testigos, para poder sacar una respuesta más auténtica de su mente, él no recordaría nada de esa noche o si lo recordaba podría terminar mezclando memorias de muchas otras noches en el mismo bar, con las mismas ganas de escapar de su soledad y con el mismo deseo de acostarse con alguien pretendiendo que sólo quería salir a pasarla bien.
Era la última llamada y él estaba esperando a que le trajeran la cuenta. Mientras que de repente una mano se empezaba a pasar por sus pantalones y se acercaba a su pene, no logrando alcanzar nada, porque Fabián tenía un pequeño pene latinoamericano sin circuncidar que parecía no existir hasta que la sangre le llegaba y se convertía en un animal. Cuando Fabián volteó, lo hizo muy despacio, porque estaba borracho y también porque tenía miedo de lo que pudiera encontrar. Por favor, Dios, sólo no dejes que sea un maricón. Fue lo último que pasó por su mente antes de ver a una mujer mayor, muy mayor y muy poco atractiva para validar ese dicho de que no hay mujer fea luego de las dos de la mañana.
La viejita se disculpó sin sentirse mal o avergonzada, y Fabián volteó y junto a él vio la sonrisa coqueta y borracha como apunto de vomitar de la mexicana Fernanda, y fue en ese preciso instante en el que terminó la noche que jamás volvería a recordar y empezó aquella que jamás podría olvidar.
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