Mi nombre es La China, y ahí no termina la cosa. Soy la hija de una mujer cuyo nombre no podré escribir, porque escribir su nombre podría hacerles pensar que eso es todo de ella, y todo lo contrario, en unas cuantas palabras que empiecen con mayúscula no caben todas las bellezas que ella significó y significa para mí; por otro lado, también soy hija de Alirio, y no hay mucho más que agregar.
Aunque no lo crean, en mi infancia fui muy linda, con el pasó del tiempo me dejé de preocupar por esas cosas porque una mujer que quiere caminar el mundo no puede usar tacones.
Como todo infante de mi generación, el proceso de juegos imaginarios fue invadido (y por qué no, enriquecido) por la televisión. Sé que se puede pensar que la televisión nos vuelve estúpidos, pero hábemos quienes preferimos ver Discovery Chanel antes que las telenovelas o el fútbol.
Probablemente hubiese sido una niña normal, es decir, una niña al servicio de lo que los hombres nos imponen a las mujeres que es normal para nosotras pero que nuestra naturaleza entra en conflicto con ese "sacrificio y abnegación" que nos imponen para ser estimadas dentro de la sociedad. Afortunadamente en esa pantalla un señor llamado Carlos Sagan me dijo que había algo llamado Universo que estaba lleno de misterios que un grupo de soñadores que se hacían llamar Ciencia, dedicaban toda su vida a revelar, y yo les creí.
Me empecé a hacer preguntas, y si hay algo que hace tambalear a todo el que se cree superior a ti; llámese Estado, Iglesia, Sociedad, Padres, etc. Es un niño que se empieza a hacer preguntas.
Me gustaba la iglesia, cantar, compartir; la iglesia era el único día a la semana donde los adultos jugaban a ser niños; hablaban solos, como nosotros; tenían amigos imaginarios, como nosotros; usaban juguetes, como nosotros, la única diferencia era que nosotros no tenemos el hábito de crucificar a nuestros juguetes como requisito para poder amarlos.
Con el tiempo quise ser Papa, porque ser monja era sinónimo de ser infeliz, el Papa siempre sonreía y todos lo respetaban, pero a las monjas nada más las ponían a pulir el piso con sus lágrimas y sus rodillas.
Mi experiencia como una niña científica en la iglesia puede resumirse en el siguiente diálogo con un cura.
-Padre, sueño con ser cura.
-Hija mía, no puedes, Dios no lo ha querido así.
-¿Por qué no lo quiso, Padre?
-Hija mía, los caminos de Dios obran bajo motivos misteriosos; ahora, ponte la ropa, y recuerda no contarle nada de esto a tus padres, esto es entre Dios y nosotros.
Bueno, eso último fue un chiste, pero ejemplifica más que mi verdad, la verdad de cualquier mujer dentro de la religión monoteísta que ustedes prefieran. He llegado a la conclusión que ser negro y cristiano es tener una memoria muy corta; que ser latino y ser católico es tener un conocimiento prehispánico alarmantemente pobre; y que todavía no ha existido un sólo Dios que nos vea a las mujeres como personas y no como objeto, por lo tanto, es mejor ser atea que ser el espaldar donde todo buen hombre se recuesta.
Mi curiosidad crecía al igual que el desprecio por todos los que me negaban el derecho a ser sin subordinarme a lo que me parecía incorrecto. A los niños nos enseñan, para que no tengamos miedo, que todos deben ser justos, pero cuando intentamos serlo, nos dicen que debemos ser corruptos, es decir, la justicia no es una forma de actuar sino una forma de callarnos la curiosidad.
Conocí luego al deporte, decían que el baloncesto ayudaba a crecer, pero mírenme, aquí tengo un metro cincuenta y cinco centímetros que demuestran lo contrario. Pero mi estatura no me impidió triunfar en el deporte como la mejor calienta asientos de todo el torneo. También jugué, pero por alguna razón los torneos deportivos no son para ver quién se divierte más sino simplemente para ver quién gana, qué aburrido, pasar más de una hora sudando sin ni siquiera sacar de ese tiempo una sonrisa al menos que ganes. Creo que la gente entiende mal el concepto de divertirse.
En esa temporada tuve mis primeras amigas, me crié sólo con mis hermanos como amigos, realmente esas chicas no fueron amigas mías, pero en este contexto designaremos con el término "amigas" a seres extraños a mi círculo habitual, eso que todos solemos llamar familia y que tanto exaltamos con extraños pero en la vida cotidiana no le damos la más mínima importancia.
Con esas chicas quedó en descubierto mi primer hallazgo científico: las muchachas, al igual que los hombres, tienen sexualidad. Siempre es objeto de escándalo decir que las mujeres tenemos vagina, y que nuestra vagina tiene deseos y que nuestros deseos nos da placer. Si una mujer dice que siente, es llamada "puta"; si se reprime, es llamada una "chica seria"; aparentemente el sexo, una actividad que debería tener en cuenta a todos los que participan, socialmente sólo es aceptada como una cosa de hombres. De mis compañeras aprendí algo que a los chicos que lean esto tal vez no les guste, quizá porque es cierto, a casi nadie le gusta lo que es cierto, por eso somos tan hipócritas aunque nos pasamos quejando noche y día de la gente que es "falsa". Lo que descubrí fue esto: Las chicas también tienen deseos, y son infieles, y son iguales a los hombres en ese aspecto, es sólo que si quieren ser tomadas en serio, tienen que decirle a los hombres lo que ellos quieren escuchar, y no lo que es verdadero.
Muchos hombres nos ven a las mujeres como "hijas del diablo", y es cierto, lo somos, nadie mejor que una mujer puede decirte lo mentirosas y chismosas y víboras que podemos llegar a ser, lo que los hombres no toman en cuenta es que ellos son el diablo, con su manera de rechazar en casa lo que buscan y desean en todas las mujeres de afuera.
Me caractericé por ser la mejor de mi clase, y por eso mis compañeros me llamaban chupamedias. lo cierto es que entre pasármela con gente de mi edad tonta y gente mayor que me llenara de aprendizaje, ser rechazada no me molestaba; al final de cuentas, los grupos de los colegios están compuestos de personas que se sienten valientes juntos pero son bien estúpidos y cobardes cuando andan solos. A mí me gusta andar sola, hay atardeceres que no tiene sentido mirarlos hasta que te muerdan por dentro al menos que estés sola.
He conocido el amor, según como todos solemos llamarlo. Y es aburridísimo, básicamente lo que llamamos enamorarnos es reducir nuestra personalidad hasta el punto en el que somos irreconocibles hasta para nosotros mismos, y le atribuimos a la otra persona un montón de cualidades que no tiene, es como si quisiéramos adorarnos a nosotros mismos mientras adoramos al otro, y eso es estimulante por un tiempo pero es una ilusión, por eso es tan corto el amor y tan largo el olvido, como dice mi precioso Neruda.
He aprendido a amarme y a ser como soy, he aprendido que si alguien no puede aceptarme como soy, no lo necesito. Los hombres suelen hacer comentarios machistas de que las mujeres no pueden vivir sin ellos, y es lamentable porque las mujeres se lo creen y lo peor que uno puede creer en está vida es creer que cambiar las cosas injustas no es posible. He sido amada como soy, sería hipócrita no admitir que estoy en una relación donde mi compañero y yo somos libres, y no sólo sería hipócrita, sino que además le estaría dando la razón a todo el que creen que una relación en donde la mujer no sea un objeto no es posible.
El arte me marcó el camino a mí misma, y la ciencia el camino a mis sueños. Soy una mujer y no tengo miedo a decir que puedo ser libre. La mujer sólo es libre si es salvaje, porque lo que llamamos civilizarnos consiste en servirle a los otros y renunciar a lo que somos para ser lo que debemos ser.
El arte es un punto de encuentro, lo conocí de joven y no creí en lo que el arte me decía cada vez que creaba obras; hasta que me di cuenta que la belleza de la pintura y los dibujos es que los colores y las lineas tienen voces que no se callan, voces que juegan en tu memoria y se mueren de ganas por hablar.
Por lo tanto, hoy les digo lo que me dice el arte: que soy La China, mujer libre, mujer real, y sueño ser premio Nobel, porque los caminos de Dios no son misteriosos, lo único misterioso es que creamos que renunciar a nosotros mismos para ser aceptados por los demás sea la sustancia de la que nuestra forma de pensar está hecha.