Mujer del otoño inolvidable
tu mirada vino sin ser invitada
y llenó mi corazón de tu amarillo
de canarío perdido, y del rojo
que arde en tus sueños.
Ahora tus pestañas caen
como hojas por doquier
y tus lágrimas no tienen
de dónde aferrarse
antes de caer.
Mujer del otoño inolvidable,
cuánto calor siento en el cuerpo
calor que me quema
como si fuera ceniza
esperando el soplo implacable
de este invierno que se acerca.
Fuiste una hoja que cayó
tan parecida a todas
y la vez
tan distinta
no podría describir en palabras
la forma en la que caíste
sobre el verde de mi corazón.
Las caídas,
desde que te conocí
antes de conocerte
-en ese sueño-
no hacías más que caer
y es que las hojas que caen
son como el amor:
eterno mientras dura.
Digo eternidad,
y deseo que dure para siempre este poema
este instante
este tú
que soy ahora
que soy contigo
pero mi padre siempre decía,
no tenemos lo que merecemos
sino lo que se negociamos
¿es está la hora de la venganza que cae?
porque te amo.
¿En dónde andarás?
¿Sobre qué estarás dudando?
¿Qué harás allá sin mí para sembrarte de certezas cada duda?
Te me adelantas,
te nos adelantas a ella y a mí,
te adelantas cayendo tan rápido
nunca vi a una estrella fugaz
pasar tan rápido como lo haces ante mí
ni siquiera aquella estrella fugaz
-aquella, tu única estrella-
en la que me pediste
la que me hizo llegar
la que nos hizo nacer.
Sufres, ya no por ti, ya no por los dos juntos, sino por mí.
Pero, mi nena, mi siempre nena,
si yo he de quedarme más tiempo que tú,
no es porque lo quiera,
es porque aún faltan cosas que escribir.
Y hablaré de ti,
y te cantaré,
y te amaré,
y nunca reprimiré
ni el más pequeño de tus recuerdos
que se cuele por mi pensamiento.
Eso te lo juro y lo prometo.
Y si al leer este poema
me preguntan por ti,
diré que eres una mujer bonita
con una enfermedad muy fea,
ah, no, no, mejor seré inefable
como todo lo que en mí tocas
y diré,
y diré,
diré simplemente,
que eres hermosa
y que podría dar toda una conferencia,
acerca de ti.
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