Anoche me acosté pensando que te tenía entre mis brazos. Te extraño tanto. Es increíble, te tuve conmigo la noche anterior, amanecimos, reímos, nos amamos y lloramos. Aún recuerdo la forma en la que tu cuerpo temblaba cuando me dijiste que no querías ser mía, tenías tanto miedo de decirlo. Yo sentí que me estabas poniendo una bala en el corazón, me dolió tanto que no sentí nada, y juraba que estabas terminando conmigo. Ya cuando estaba listo para irme y no volver a verte nunca más, me detuviste, me dijiste que no te habías expresado bien, que no me quieres terminar, que simplemente sientes que la mujer que fuiste alguna vez y ya no la sientes dentro de ti, y temes que esté enamorado de algo que ya no eres, y que no sabes muy bien si volverás a ser.
Estabas tan asustada, tanto, siento que hay un abismo en mi garganta en donde todas las palabras mueren de vértigo y por lo tanto no pueden ser pronunciadas. Sé que tratas de ser fuerte, de no necesitarme, de no complicar mi vida con tu existencia. Sé que cuando te alejas de mí te mueres de ganas por decirme que me necesitas a pesar de que no lo haces, porque crees que no es lo correcto, porque crees que es egoísta dejarme quererte.
Siempre que pasamos una noche juntos es lo mismo, nos trasnochamos felices y amaneces diciéndome que me amas. Luego no sé de ti por mucho tiempo, pero aunque no me lo cuentes yo sé lo que haces. Te alejas, tratas de ser fuerte, de lidiar con tus cosas, de protegerme con tu distancia. Pero luego regresas, siendo fría, con las palabras torcidas y casi sin vida, como si vinieran de un invierno que existe en el fondo de tu estómago.
Me dices que te voy a dejar, que ya no sientes lo mismo por mí, y que esta vez es el final.
Y yo te escucho con atención, no huyo, no me asusto, te siento. Entonces te cansas de temer, y lloras, y me abrazas, y dices que me necesitas y que jamás podrás conocer a alguien como yo. Luego me cuentas de este hombre que te escribe o aquel muchacho con el que tuviste una coversación interesante, lo dices sin verme a los ojos, como confesando el peor de los pecados, y yo te siento en mis piernas y te digo que eres mi niña, y que lo que sea que te haga feliz hace feliz a papi. Y es entonces cuando la certeza de que seré el hombre de tu vida me invade, aunque temas admitirlo o digas lo contrario, y lo sé porque ningún hombre en la tierra estaría dispuesto a quedarse contigo, porque no te conocen como te conozco, y por eso no te aman como yo te amo.
Sé muy bien que mientras escribo esto debes estar viendo el cielo, pensando en que ya no te amo, en que no me mereces o en que tal vez, tal vez esta vez sí sea la última vez que nos separamos.
Pero yo estoy aquí, infinito como un río y eterno como una montaña. Listo para apoyarte, para no dejarte sola en estos duros momentos por los que pasas, dispuesto a hacer todo por ti, menos a dejarte ir.
Quiero que seas fuerte, mi pequeña niña, que empieces a estudiar de nuevo, yo creo en ti, y aunque el mundo te dé por vencida, quiero que creas en ti y en todo lo que eres capaz de hacer, porque tu vida tiene sentido, y si te das cuenta de que tu vida tiene sentido, y lo crees con todo tu ser, ya vamos a ser dos personas que creemos en lo mismo. Y cuando dos personas creen juntas, todo es posible.
Mi pequeña, mi pendeja, te pienso mucho, ya quiero volverte a ver, que me cuentes tus historias, tus miedos, y asesinar con risas todas tus inseguridades.
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