Me dirigí al baño y me detuve a observarme en el espejo, no a observar con la memoria, o con la imagen que uno tiene de sí mismo, esa que alguna vez leí que todos tenemos y es cinco veces más atractiva de lo que realmente es. Supongo que no siempre es así, todos somos románticos como un personaje de Goethe, y podemos sentirnos bellos o hermosos dependiendo de tantas cosas.
Pero no, esta vez me vi, de cerca, no hermoso ni feo, sino que me vi, de cerca. Sabes, la diferencia entre verse y recordarse es que al recordarse uno siempre se ve como distante, como lejano, como si uno fuese una cosa diferente a lo que está mirando.
Pero no, me observé de cerca, con la llama de la atención total en mis ojos, una llama tan intensa que todo miedo o deseo se había desvanecido de la mente.
Pasé por la alfombra, y no pude evitar transportarme a aquellas noches en las que di vueltas incesantes frente a la chimenea, mientras trataba de contener con todas mi fuerzas la ansiedad, para no rogarle a esa persona al otro lado del teléfono que por favor, nunca, nunca me dejara.
Me sentí lleno de una energía enorme, me di cuenta que en esos días nada a mi alrededor existía, toda mi mente estaba en ella, o bueno, en el espacio imaginario que había construido de ella y en el que la esperaba cada noche.
Caminé hasta la ventana, con tanta energía desbordante en mi cuerpo que olvidé cerrar la puerta, los hábitos no existen cuando uno vive intensamente. Abrí la cortina y posé mis brazos sobre las pilas de libros, se sentían frescos al roce de mi suave piel, y asomé la mirada a esa noche de verano oscura, lluviosa, sin luna e impenetrable.
Luego pensé en la luna, y apareció en mi mente un recuerdo que me dejó desnudo y desprotegido.
Recordé las noches anteriores a la primera noche con ella, y recordé a esas, las que fueron su ensayo. Siempre la había aceptado como una verdad absoluta, pero nunca me cuestioné, por lo menos no de forma seria, viéndome directo a los ojos, sin miedos, como frente a ese espejo, la posibilidad de haberla inventado, y así fue.
Antes de ella ya la estaba buscando, intentando inventarla en cada mujer que la precedió, descartándolas a todas, sufriendo de ansiedad cuando una parecía ser, pero no, y todo en secreto, porque soy muy astuto, es decir, muy imbécil.
Ella llegó a mi vida, y lo que no sabe es que la andaba buscando, necesitando, antes de siquiera conocerla. Necesitaba perderme en sus ojos, abandonarme por completo, ignorar por completo la cruda realidad de mi vida, y perderme en ese mundo en donde todos mis deseos eran realizables.
Y fuimos reales e inmortales mientras ambos lo creímos, dos personas no se dicen que se aman desde la primera noche al menos que tengan enormes carencias, profundas heridas, insondables necesidades insatisfechas.
Y eso fuimos, no un amor, sino un espejo mutuo, en el cuál pudimos darnos cuenta de que no importa cuánto deseo, ni cuánta fantasía, ni cuánto miedo: el pensamiento nunca podrá inventar el amor.
Oh, querida, me siento tan liberado, por fin puedo dejar de buscar en ti eso que me falta, porque eso que me falta nunca lo tuviste, era la carencia, el vacío, lo que me hacía inventar un escape, un oasis, un espejismo en tus tristes ojos.
Si no hubieses sido tú habría sido cualquier otra, y lo lamento, lamento todo el daño que te hice cuando decidiste irte de mi vida y me sentí traicionado, asustado, perdido y que sin ti no podría vivir, aunque traté de ocultarlo lo más que pude, eso fue lo que sentí.
Conocí a una persona muy tierna, con una dulzura hermosa, y si algún día lees esto, lo cuál lo dudo, quiero que sepas que me siento muy agradecido por todo lo que viví contigo. En mí podrás encontrar un amigo, me siento en paz, más en paz que nunca, porque al verme realmente a mí, pude verte con claridad a ti, y no eras la proyección de mis anhelos, fuiste sólo una persona muy linda con la que tuve buenos momentos, y ahora que dejo por completo de aferrarme a esta historia, podré decir que serás de ahora en adelante un bello recuerdo, una siempre acompañante sonrisa.
Mis mejores deseos para ti, que crezcas y florezcas siempre.
Te quiere:
un poeta que te sopla, diente de león.