Las hojas estaban quietas,
delicadamente colgadas del árbol
había un tranquilidad y un silencio inmóvil
parecía que el mundo acababa de crearse
de crearse realmente
como esas cosas que existen
sin ser invenciones del pensamiento.
Los museos, los puentes, las ciudades, los libros, los dioses. Todo ese mundo imaginario que hemos inventado, el cerebro jamás deja de estar en ruido, respondiendo a cada desafío inapropiadamente.
Pero había silencio en ese instante, y no había nadie detrás de los pensamientos, no había nada.
Un adiós para siempre, qué hermoso, te miro despedirte de mí sin aferrarme a los recuerdos, porque somos eso, recuerdos, lo conocido, lo que sabemos.
No, no hay nadie aquí detrás ni nada a lo que aferrarse.
Existe amor aquí, pero no la falsa ilusión que garantiza sin poder cumplir un parasiempre.
La eternidad no existe en el tiempo, lo eterno es todo lo que no tiene tiempo.
Lo siento, no hay nadie aquí a quién lastimar, no hay nada que puedas poseer, o herir, o dominar.
No hay nada de lo que escapar.
Aquí estoy,
en medio de este hermoso cielo roto
lleno de un amor sin amantes
que resplandece junto al azul de la lluvia que empieza a secarse por sobre todas las cosas.
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