Te veo, y soy como una hoja roja seca en el piso. Te veo, y empiezo a nacer, mi cuerpo es nuevo, mi vida abandona mi cuerpo y empieza a habitar el interior de ese árbol frente a mí. Soy luz, agua, cielo, sol y sombra.
Y me tocas, y te toco, y entonces empiezo a florecer, a nacer.
Y te miro, y hacemos el amor, y ese deseo de poseerte se parece tanto a la vida resistiéndose a la muerte. Y eres todo lo que no soy, y sos todo lo que no está muriendo. Y para qué contar el tiempo si a tu lado todo es más que eterno.
Y se puede caer el mundo pero este poema no se escribirá solo. Y me eyaculo una fiesta, una exploción de dicha, una felicidad liquida. Y mi ardor de vida reposa ya sea en tu boca, mordiendo tu paladar y mordiendo tu aliento. Ya sea entre tus nalgas, las cuales parecen llenas de blanca lava que emana de ese culo apretado y feliz, estrecho y sodomizado, porque poseerte no es solo ser tu dueño, es también ser dueño del mundo.
Y a veces son tus muslos los que se empapan de cada una de mis gotas dichosas que combaten cada una por el deseo feroz de poseerte. Ah, querida ¡cuánta muerte es necesaria para una sola vida! Cuánta sangre no derramada debe perderse por el anhelo eterno de tus besos.
En otras instancias -es necesario además mencionar- que también sobre tus senos esta fiesta reposa y es tan bello ver a tus montes brillar con el atardecer de mi dicha, no importa lo pequeños o enormes que puedan ser tus senos, mujer, ese es el fruto del árbol de mi vida: lo indispensable es que seas mía, y entonces el querer florece como el curso de la vida misma.
A veces es tu rostro el que se empapa de mis delfines de leche, y eres como los niños que juegan y se ensucian y son felices, y la madre que todos llevamos dentro se enniñece con nosotros, y no hay maquillaje que te haga ver más bella que mi semen por doquier, sólo el mío mío mío.
Y luego soy tuyo, por unos instantes, pero no puedo decirlo, porque la boca me la tapa el viento, y porque soy tan tuyo que no soy nadie, y me vuelvo rojo o amarillo o marrón, qué importa, y salgo a caminar al bosque, a llenarme de cielo, a escribir con los ojos rojos y lentamente, con o sin tus caricias, voy volviendo a ser esto que soy y cuya una razón de ser es estar vivo para morir contigo en la alegria sin límites que es ser el dueño de tu piel y tus anhelos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario