jueves, 2 de junio de 2016

La vida es bella (borrador)

La decepción.

A veces, no es evitable. De hecho, mientras más trato de que se vaya, más regresa. La decepción para un producto de la voluntad, porque la voluntad es un producto del deseo y el deseo contiene en su esencia una inevitable decepción.

Puedo decir que esto transcurrió mientras me duchaba y la tibia agua mis ensoñaciones desataba. Pero no es responsable el agua, sino, las circunstancias, que han desarrollado ese exceso de pensamientos a fuerza de falta de todo lo demás.

La puntualidad.

Pensaba en algo que ella me contó, que era muy impuntual. Y yo iba tarde y eso me hacía enojar y detesto trabajar bajo presión porque todo me sale mal y me distraigo cuando se supone que debo hacer algo. Trabajar bajo presión es someterse al miedo, resignarse, y no soporto eso.

Imaginaba que ella llegaba tarde a un encuentro nuestro y que me iba molesto y empecé un monologo en donde le justificaba a ella por qué me había marchado cuando era la hora y no había aparecido, y lo enormemente irresponsable que era la impuntualidad.

Luego la perdonaba y era misericordioso. Pero me he dado cuenta de que el conflicto era lo que el cerebro buscaba. El cerebro sentía necesidad de ese ser y pensaba o ha aprendido que cuando manipula a los otros seres, consigue lo que busca. Esa malcriadez se ha desarrollado en el cerebro desde la niñez, y estaba operando en este momento, en las fantasías.

El evento.

En la ducha había tomado lugar una fantasía asomando las posibilidades de lo que podía ocurrir en el evento (fantasías involuntarias, automáticas al sentir el agua). Y el evento fue muy diferente y la desilusión tomó lugar y el mal humor lentamente empezaba a empañar todas las cosas. Al terminar el evento, cuando nos dirigíamos al siguiente, gastamos bromas e hicimos vídeos divertidos, pero evidentemente eran un síntoma de inseguridad y de timidez, la mente quería despejar de alguna forma su mal humor, pero era inútil a mediano plazo.

El trayecto.

La atención del conducir le brindaban a la mente un descanso efímero de tener la mente ocupada, le incomodaban las distracciones de su hermano y respondía pocas veces aunque muy amables, era un momento de concentración, tal vez no de atención, se deleitaba de vez en cuando con el mover de los árboles y del cielo, y estaba seriamente entregado a la tarea de llegar a ese sitio hasta ahora desconocido para ambos. En el trayecto hubo una ciudad, y se imaginaba lo fácil que sería hacer amigos y tener trabajo en un sitio así, y las posibilidades le amargaban, porque eran irrealidades, eran idealizaciones, mentiras que le torturaban al ofrecerle escapes.

El taxista.

Estaban llegando a la escuela donde sería el concierto, entraron por una puerta, había un par de negros que la mente instantáneamente hizo evocar imágenes de malandros en Venezuela, de recuerdos delictivos, y al final, como para complacer al publico imaginario que siempre presencia todos los monólogos que la mente reproduce, hizo un discurso acerca de los prejuicios y el racismo, etc.

Entraron a una puerta y un montón de colegialas semidesnudas produjeron en la mente un ardor que quiso reprimir y esa represión se transformó en amargura. Le preguntaron a un profesor sobre el concierto, y les indicó como llegar. El hermano luego recordó las instrucciones del profesor, y la mente empezó a fabricar chistes acerca de cómo puede ser tan tonto y despistado, pero los chistes eran ingeniosamente disimulados, así que no hirieron a nadie. En el transcurso, un carro con un latino y un niño gringo vestido igual que el hermano, se detuvo y preguntó por la entrada del concierto, el niño gringo tenía cinco dólares en la mano, y la mente pensó que era el vuelto que le dio el taxista al gringo. El taxista al darse cuenta de que el inglés del hermano era ininteligible por su balbuceo, cambió a español, la mente trató de hablar en inglés, pero cuando trata de hacerlo no le sale tan fluido como en la mente, porque no tiene cómo practicarlo, y la materialización, sabe la mente por su oficio de escribir, sólo toma lugar con la práctica. El taxista les preguntó si quieren que los lleve hasta la entrada, hacía un calor del demonio, la mente dijo que sí y el hermano dijo que no, simultáneamente, casi sin comprender la pregunta del todo, respondiendo como por impulso.

Se montó primero la mente y luego el hermano, y el taxista preguntó si se conocían el niño gringo y el hermano, ambos dijeron que sí, y se exaltó preguntando por qué no se saludan si se conocen, y ambos no supieron que responder, y Raga se transportó a esos años adolescentes donde todo era tan complicado entre todos y nadie sabía de verdad muy bien por qué.

Raga, -La mente aquí ya empezaba a sentirse Raga- , empezó a preguntarle al taxista sobre su nacionalidad, agregó comentarios acerca de los puertorriqueños que sabía por Kelly Diaz que le agradarían a cualquier puertorriqueño, el taxista asintió y agregó otros detalles igual de superfluos y generales y comunes en casi todas las culturas del caribe, antes de bajarse Raga le preguntó si el era taxista. Y el viejo -ya aquí hay que decirle así, sabrán pronto porqué- lo miro como ofendido, como diciendo, qué te pasa, soy latino pero no soy latino, es decir, no soy esa poca cosa. Y Raga trató sinceramente de disculparte y se excuso -que era cierto- diciendo que el quería ver si podía trabajar de taxista y tenía preguntas. El Taxista que ya no es taxista sino un viejo, se calmó, sonrió con ironía y se fue como pensando para sí: taxista, yo, ¿puedes creer?

La corbata.

Entraron a un salón donde los niños se ponen las corbatas, y el hermano, que tiene un grado de Asperger, resaltaba por su incapacidad para comunicarse con naturalidad, sus ademanes eran exagerados y se notaba la ansiedad de quien quiere tener amigos pero no halla cómo entrar en el grupo. El niño gringo del taxi lo miraba como lleno de odio, y la mente -aquí había dejado de ser Raga- observaba atento cómo los niño lo observaban, como algo extraño, al igual que en el Segado observaban con algo de lástima a los estudiantes con parálisis, o en Fe y Alegría a los estudiantes con cáncer, no sólo lástima, sino además, la sensación como de querer burlarse y saber que no es correcto, es decir, la seguridad de que se estaba con un ser diferente. Pero en el otro chico, era diferente, me refiero al chico que tenía maestría par el repugnante arte de atar corbatas. Y ese miraba a el hermano como un tonto, pero como un tonto amigo, y era adorable. Luego el hermano se percató que Raga estaba ahí, y lo miro como diciendo: qué haces aquí, me avergüenzas, ya no soy un niño, vete.

Y Raga se marchó resignado de lo perfectamente estúpido que era su sangre. Entró al baño, sus rizos estaban secos, el baño estaba solo, sintió una revelación, y empezó a mojar su cabello, sus rizos volvían a cobrar vida, estaba solo y niño y puro a la vez, y se veía hermoso en el espejo, y estaba perdido en su propio encanto.

Qué distracción.


Llegaron temprano, habían pocos padres, no había donde sentarse. Muchos no tardaron en sentarse en piso, en sumergirse en sus teléfonos. Un niño parecía enfermo de modernidad, enormes audífonos, haciendo ruidos molestos, como queriendo perturbar a todos. Una pareja de esposos negros, cada uno en su mundo, tan cerca y tan lejos. Sólo un grupo de personas hablaba entre sí, interrumpiéndose incesantemente para ver el teléfono, ese mundo era el importante, y lamentablemente, en ese mundo era donde todos pensaban amar a Raga.

Aquí debo empezar a hablar en primera persona, porque la voz literaria me exigía salir. Había un chamo y un chamito, ambos latinos, nacidos aquí, lo noté por su acento. EL niño le preguntaba al otro por qué no estudiaba, y el otro no respondió concretamente, tal vez avergonzado, y Raga se sentía identificado. Luego empezó a poner a todo volumen predicaciones evangélicas, y Raga prefirió regresarse a la sala de padres sin silla.

Llegó una niña bellísima, eran dos, pero la otra no tenía gran belleza. Ambas semidesnudas, como es costumbre en verano. Raga se amargaba un poco, reprimido tal vez, de no poder tener lo que sus cuerpos le exhibían. La más guapa empezaba a enfearse en cada instante. Su belleza era quietud, era una foto. Pero al moverse, al tener gestos, al mirar a todos lados, ya no era belleza. Porque la belleza en la cuál nos movemos es irreal, es una foto en redes sociales y no un ser vivo, en especial la belleza femenina, la belleza femenina es la mayor mentira. Porque ni siquiera las mujeres son tan femeninas como pretenden serlo, la feminidad no es natural, es sintética, pero nos molesta aceptarlo.

La chica no tan guapa saludó a un negro algo tímido y ella justificaba ante su amiga un poco avergonzada, porque la chica no tan guapa, como pasa en los tímidos que hablan demasiado, hizo un saludo muy enfático y el negrito algo reservado simplemente la saludo y siguió tal vez estresado por ir tarde.

Decidí salirme, y el día estaba hermoso, brisas, hojas, nubes, cielo azul y sol. Pero algo pasó, este cuento empezó a escribirse, y me salí de la belleza. Empecé a hacerme ideas e ideas de todo lo que pasaba, y era insoportable. Narrava en mi voz todo lo que ocurría, y dejaba de vivir para pensar y pensar incesantemente.


El concierto.

Llegué al concierto, de mal humor, pero la música me daba sueño y luego me daba vida. Todo me parecía hermoso, Raga y sus deseos y su pasado no existía, todo simplemente era, y eso era maravilloso.

Atrás de mí un niño bailaba, y era bello, era bello verlo y era bello el niño. La madre me encantaba, su sonrisa era dulce, y luego se le salió la falsa sonrisa dulce y se empezó a reír como una idiota, y eso era mucho más bello. Quería acostarme con ella, quería ser el padre de ese hijo, quería todo eso y no tener que negarlo me llenaba de dicha.

El niño se acercó a mí, lo miré, él se asustó, se volteó y se puso boca abajo, como diciendo: aquí soy invisible. ¿cómo no ser invisible? si con esa belleza y ese hermoso cabello amarillo y suave, todo lo que me digas te lo creo.

Y siguió el concierto, las promesas, las despedidas, el tambor con forma de caja, el piano, los niños cantando pésimo, los profesores dando premios ¿por qué premiamos? ¿por qué comparamos a los niños?

Los premios

Pensaba en que en la escuela, siempre, antes de dar un premio, la descripción del alumno premiado era tan general como un horóscopo. Y yo pensaba que podía ganar, porque veía en mi esa bellas virtudes que nadie tiene pero todos nos convencemos de que tenemos porque nos estimula creerlo. Y siempre el premio era para alguien más, alguien más adulador con los profesores, alguien más hipócrita, alguien más sometido a la autoridad, alguien más normal y no yo.

Me sorprendí porque donde yo estaba sentado, era una fila donde no había nadie, sin saberlo buscaba la soledad, sin saberlo observaba todo desde lejos. Y no había cerca de mí más que una familia de asiáticos, dos chicos dormidos (como no dormirse con el canto de un coro), y la mamá del niño amarillo que se vestía como un gringo en un safari.

Prejuicios


Se subió a la tarima un gordo calvo, y un negro. Los había visto cuando salí a tomar aire, pensaba en que el negro se peinaba sin cesar un afro que por más que le daba el peine, parecía inmutarse. Y el gordo enormes y calvo solamente arriba. Con flores, imaginé a la pobre mujer recibiéndolas y pensando: oh, son tan linda ¿por qué me las tiene que dar el gordo feo este? ¿por qué los guapos no son así?

Pero el gordo era otra cosa, su forma de hablar en el escenario, las flores eran regalos para los profesores, y el negro que parecía vanidoso, era tan tímido que ni pudo hablar.

Y me sentí terrible, terrible de ser la prisión en donde me encuentro, de tener tanto prejuicios y de creer que son ciertos sólo por tener la sensación de estar seguro si me refugio en ellos.

El regreso


El hermano me contaba que el niño gringo del taxi sufría mucho cada vez que cantaban una canción de un soldado que murió y le escribió una carta a su padre. Salía de las practicas y se ponía a llorar, el niño estaba lleno de odio, había perdido a su padre, y se aferraba a ese dolor como ahora yo me aferro a estos prejuicios que me destruyen.

Un carro nos pasó muy de cerca, sentí deseos de mover el volante, estrellarme con él. Acabar con todo esto que me tortura. Y tenía que decirlo, tenía que admitirlo, quise suicidarme. El suicidio es el propio ego incapaz de soportarse a sí mismo.

El ego tiene que morir, pero no luchando contra él, sino comprendiéndolo. Y por eso vine a escribir esto. Porque siento, porque tengo problemas, y negarlos, no me hará resolverlos.

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