La mujer sucumbe, termina por gritar una renuncia que se sumerge en los aullidos de la noche y del desengaño.
El hombre la desenvuelve, la arranca del dolor y se la amarra en la cintura.
La mujer olvida que ha sido engañada, olvida los ojos del esposo que reposan en el hijo, olvida: olvida con el dolor que sólo tiene el olvido.
El hombre navega en sus senos, inmensos, llenos de vida y sabores; juega, juega a que la mujer le pertenece, juega aún más, y la mujer suspira como haciéndose otra. Otra que no olvida aún porque aún no ha vivido.
La mujer mira el cielo raso y se sacude como recién florecida ante los primeros movimientos que ejercen sobre ella aquellos dedos. Tan llenos de olvido, de dolor y de memoria.
El hombre disfruta al verla delirante, la apacigua, y la maltrata como sólo se maltrata a una mujer cuando el hombre se siente al borde del olvido. Ese maltraro, ese anhelo de memoria, ese anhelo de no dejar de ser, o por lo menos de existir.
Regresa a la cima tomándole el cabello, es una coronación de un peón que creían olvidado, arrebata así lo poco que queda de ese pelo que ella se mutiló tratando de mutilar a su vérdugo junto a su capacidad de competir, de sentir dolor. Soy hermosa, piensa, ¿entonces por qué no soy suficiente? y con esa pregunta, poco a poco muere, dolorosamente muere.
La mujer oscila, cierra los ojos, da dos gritos más y acaba la noche. Pero no acaba ella, para la tristeza de su olvido.
* * * * *
El arroz es integral, ella enciende la cocina.
La miro y me repugna, siempre tuvo torpes los dedos, se le caen unos cuantos granos y me mira, sonríe, sonríe como si…
-¿Papito porque no está la comida? ¡Hambre!
-Ve y pregúntale a tu mamá.
-Entretenlo un rato, que el arroz integral es el más se tarda en cocinar, entretenlo.
-¿Cómo te entretienes tú?
-¿Perdón?
No puedo mirarla otro instante, su cuerpo, yo no deseo su cuerpo, hay demasiado hastío, lo he poseído demasiadas veces, me siento forzada a desearla y esa presión me hace aborrecerla; pero como odio pensar que se revolcó con él, maldita sea, con el mismo cuerpo que mío fue. Si yo no lo deseo no debería ser capaz de arder.
-Sí, quiero saber cómo fue que te acostaste con él, y no omitas ningún detalle, todos sabemos que ahí es donde se encuentra lo esencial, ¿verdad, Juneyker?
-¿Qué es esencial, papito?
-Esencial es la mentira, vete y cuida a tu hermanito que los voy a sacar un rato.
-Bueno, papito. -exclama la esperanza sin memoria.
-¡¿Cómo puedes hablar así frente al niño, cochino?!
-Yo hablo como me dé la gana, primeramente...
-Tú empezaste todo esto ¡tú! ¡Tú eres el cochino! ¡Te acostaste con una niña de 20!
* * * * *
El arroz comienza a hervir, y la olla toma el hilo de los esposos, ultrajada también porque es el esposo un soberano cochino, (la olla suspira con ese supiro de indignación que sólo tienen los andinos).
-Acostarse con una jovencita mientras la madre sufría al tiempo, no es justo, nu nu, claro nu es justo, y si se acostó con aquel hombre fue para igualar los daños.
La olla coincidía.
* * * * *
-Yo soy tu esposo y a mí me respetas, tendrías que haberle dicho al asqueroso ese que dejara el orgullo, qué valía hay en acostarse con una mujer que…
-Tú fallaste primero, así que calla, y no me vengas a tratar de callejera, que los hijos te los di yo, que a tus hijos los parí yo.
-Dime si ese malnacido te hizo gritar, ¡dime!
-Ay, que yo no he hecho nada más que amarte, y me dejaste sola, ¡sola!
El llanto se hace largo y el arroz ya se seca, las burbujas desaparecen así como el tenor del hombre.
-Yo creo que alguien se porto muy mal, Matías, pero no sé si fuiste tú o fui yo, es que mamá no llora desde que tú eras un apenas nacido, Matías.
Yo creo que Papito tiene muchas ganas de ir al parque, y mamá no lo deja, y también por eso pelean; yo no sé, Matías, pero si te pones a gritar tal vez salgamos más rápido.
-Yo no sé qué…dime cómo te encontraste con él, ¿cómo?
-No ves que ya nada puedo, que yo quería, que quería volver a ser mujer.
-Pobre damisela, le aseguro yo que es una verdadera heroína, amigo mío.
-Eso dice usted siempre porque es un cucharon, un cucharon que cede a todo.
-Diré que me contenta ser cucharon y no olla, mire como desvaría la pobre y se le quema el arroz.
* * * * *
El humo se propaga por la casa, y ambos tropiezan con los muebles; se caen, y acaso él la envuelve con su rabia, se escucha un susurro y dice “por favor”, pero nadie atiende y los niños tosen en un cuarto azul.
La olla se hace negra luego de ser verde, el hombre que fue esposo deja las lágrimas en su mujer, una mujer llena de humo, una mujer que desapareció en él hace tanto ya. La mujer ya no ve nada, pero se lamenta lo mismo, y recuerda, recuerda que lo había olvidado, recuerda que disfruto ser mujer de otros brazos, recuerda que ya no es suya ni de ella misma, que no será ya de nadie.
Los hijos salen y el padre enciende la moto, se lleva a uno mientras el otro llora y llora, como acompañando los gritos de la madre. Enciende el auto y apaga la cocina.
“El matrimonio huele como arroz quemao’.” –dice y se lleva al pequeño.
La casa está sola y piensa la olla. “De seguro que el desengaño tiene sabor a casa vacía.”
Comenta ahora el elegante cucharon al cuchillo desafilado: “Pero la prueba de que no la amaba es que todavía vive ella… ¡Yo no se la dejaría viva a nadie si no fuese toda mía! Eso lo escuche una vez de una muchachita, recuerdo que hablaba y hablaba, pero creo que lo había leído en alguna parte.”
“¿Eso quiere decir que ninguno se amó?”
“Eso me parece, querido mío, pero a saber…yo pienso que si tuviera un buen trozo de gelatina, no permitiría que nadie se lo comiera.”
“¿Y por qué gelatina?”
“¿Y por qué no?, el amor viene en todas las formas y colores.”
“Ah, es que usted ama.”
“Yo sé, señor sin filo, que usted amaría también si encontrara un buen trozo de queso que picar.”
“¡Cállense ya!” –dijo la olla.
“Y por qué, si es ahora que podemos hablar.” –contestó el ingenioso cucharon.
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