Me doy cuenta de que no soy consciente de cuántas cosas pasan en un día hasta que vengo a contartelas en una carta, recuerdo al escribir esto todas nuestras charlas sobre Joyces, y el Ulisses, y tú escuchándome con esa fascinación absoluta que aunque te dé rabia compartes con tantas otras personas en el mundo. Sólo dije eso para hacerte enojar y reír al mismo tiempo, mi niña, ya se me quitaron las ganas de contarte lo que ha pasado, es que todo eso es tan lejano y yo te siento tan cerca cuando te tengo en mis palabras.
Ya tengo fecha para irme, en ocho días le diré adiós por primera vez a este bosque. ¿Será un adiós para siempre como el que le dije a ese cielo venezolano cuando iba en aquel avión hace cinco años? Venezuela, qué palabra, parece un sueño y a la vez un tráuma. Hoy mi amigo Edson, del que siempre te hablo, colocó en sus redes un comentario sobre un amigo que se fue de Venezuela para terminar suicidándose en el Perú, me hubiese gustado decirle algo, pero es que siento tanta distancia, como si el Edson de las historias que te cuento fuese un actor que hace un papel, y este que veo por redes sociales es la persona en la vida real, sin su personaje, tan ajeno, tan querido y distante al mismo tiempo. No le pregunté nada, me dejé llevar como en mis visitas de la niñez a la playa en una ola de recuerdos que ya no existe, pero puedes verla en esta arena mojada y besada que es mi carta.
Perú, mi tía Belkys -creo que te conté- se fue a Perú con su hija y sus dos nietos, vi varias fotos de ellos, lo mismo, tampoco fui capaz de decirles nada, todo lo que sé es porque mi madre lo cuenta, y siento como si fuesen ya personas que conozco a través de terceros, pero eso ya es otra historia, lo cuento sólo para que tengas presente lo transparente que soy en todo momento contigo. Mi abuela habló por teléfono con mi madre, le contó que Belkys le había narrado una hermosa historia, en la cuál llegaron a un lugar del Perú barato, sin demasiado lujo, y pensé casi de inmediato en Vargas Llosa y La ciudad y los perros, tantos amores que hemos leído y tantos que tenemos por leer, mi amor. Pero lo bello de la historia no acontece sino hasta que bajan a un restaurante debajo de su apartamento, y luego de comer no los dejan pagar por ser venezolanos y todo lo que han pasado, mi tía le contó eso a mi abuela llorando, y le dije a mi madre que yo también lloraría, sentí tantas cosas y no perderé el tiempo dándote descripciones infértiles, tú eres tan sensible como yo y puedes imaginar lo que sentí.
Te seré sincero, a veces las personas me hablan y me molesta, siento que es como si me interrumpieran en una conversación, en una conversación interna que tengo conmigo mismo, en la que estoy pensando en qué cosas contarte cuando escriba esta carta, y que por supuesto, la carta que pienso nunca se parece a la que termino escribiendo, porque así es la literatura y la vida también.
Hoy tuve un paseo hermoso, llovió todo el día y los árboles estaban negros y el verde resplandeciente, al salir las nubes seguían grises y a medida que iba caminando el azul del cielo me hacía renacer, vi un pájaro azul que tenía tu nombre, es decir el cielo, tatuado en el color de sus alas, y otro negro horroroso que parecía un susto y sólo por eso despertó ternura. Ah, cariño, y los cerezos, quiero hacer contigo lo que la primavera hace con ellos y lo que Neruda hace con los poemas. Pasaron tantas cosas más, pero todas no caben en esta carta así como no cabe en las palabras todo lo que siento cuando digo que te quiero o que te amo. Adiós, mi amor, espero estar contigo pronto, y disfrutar cada momento, sin dejar que el miedo a que algún día dejes de pasar marchite lo que vivo, como tantas otras veces, aunque no quiera, aunque no me de cuenta.
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