Entonces el profesor que ya no tenía compostura, cuyos dedos temblaban de una ansiedad y un deseo que hacían sentirle que su cuerpo, su adiestrado cuerpo en las artes del amor y la seducción, se quebraba ante una pasión tan enorme que no era amaestrada ni siquiera por su incalculable experiencia, y entonces despojo a la Nena de su uniforme escolar, y debajo de esas telas que tanto deseo prohibido habían dado fruto en él, se encontraba una piel blanca como la vida recién nacida, unos senos enormes que le desbordaron el deseo de apoderarse para siempre de un cuerpo con tanta belleza, un cuerpo que parecía la promesa tangible de una felicidad eterna, y entre esas dos preciosas tetas yacía un cuarzo que recordaría a partir de esa noche en cada sueño, símbolo inequivoco de su suerte y su felicidad.
Luego de un mes entero de miradas, en donde los ojos tristes de la nena se cruzaban con la mirada absoluta del profesor, un mes entero de caricias inocentes que ocasionaban cataclismos de amor en ambos, y de charlas intelectuales e impersonales que decían con lo que callaban; un mes en donde ambos parecían decirse todo sin decirse nada, ahora ella cerraba la puerta del salón de clases desvirgada y con un aliento intenso a felicidad masculina en su hermosa boca, y él se quedana viendo la ventana, observando la brisa en los árboles, mirando hacia el cielo sin poder verlo, cegado de tanta felicidad, y con un escritorio lleno de exámenes sin corregir y sin deseo de evaluar, así que esa tarde como luego de cada tarde en la que la Nena se quedaría con él después de clases, todo el mundo al día siguiente recibiría una nota excelente aun sin haberla merecido, porque así es la felicidad, injusta y bella.
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