En su intento por sacarlo de su vida y deshacerse de esa extraña, nueva, y poderosa sensación de vulnerabilidad que le daba el amor, se dio cuenta de que no había un sólo rincón de su ser que no estuviese lleno de él, de su sonrisa eterna, de su escuchar y sentir infinitos.
Y fue entonces que se dio a la tarea de mutilar su recién nacido corazón, pues era más de él que suyo; de darse a la búsqueda de la seguridad en hábitos que había abandonado al enamorarse, o de nuevas aventuras que no tuvieran nada que ver con él.
Pero él siempre volvía a nacer.
En el cielo azul, en los libros que leía, se daba cuenta entonces de cómo la vida se llenaba por completo de su presencia precisamente en los momentos de su ausencia, y se entregaba a vivir de cosas que no tuvieran perfume, porque respirar era olerlo a él.
Te querés casar conmigo?
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