Ya no soy el mismo, es cierto.
Recuerdo mi vida como si alguien me la hubiera contado.
Leo mis antiguos textos, y en ellos no me reconozco.
¿Quién es ese joven que piensa que una joven muchacha es eterna?
¿Qué es eso que llamaba amor y que tanto placer da como atormenta?
Las mujeres, bueno, ya no son esas criaturas mágicas, de las que espero amor y fidelidad. Ahora son sólo piel fresca o desgastada, que cubre una grasa bien o mal acumulada, y que hacen arder mi testosterona.
Ah, aquella muchacha me gustaba tanto que casi me decepciona, pero no me importa lo suficiente para eso. Ya no hay mujeres buenas o malas, simplemente mujeres, y todas se comportan de forma adecuada si piensan que es lo que les conviene.
Tanto miedo tenía de dejar de ser, pero mírame, ya ni recuerdo lo que alguna vez fui. Tanto miedo de morir para que al final la muerte fuese eso, algo lento y diario, un desgaste progresivo, algo que ya estaba ocurriendo mucho antes de que empezaras a sentir miedo.
Ya no me encuentro en los libros que leo, porque ya no hay nada que encontrar. Las personas no representan un misterio, todos son tan predecibles, como un libro que ya he leído. Sí, hay libros más interesantes que otros, y algunos que provoca releer, pero no estoy seguro si volvería a releer al hombre que fui.
A veces siento miedo, sabes, no ese enorme miedo de antes que me hacía refugiarme en una muralla de libros, sino pequeños chispazos diarios, que se disipan sin mayor esfuerzo.
Te quiero, no sé quién eres pero te quiero, y no lo digo porque te quiero, sino porque cuando leas esto ya no seré esto que lees, y eso me hace sentir miedo, o por los menos unos cuantos chispazos.
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