jueves, 14 de mayo de 2015

A veces me pongo a imaginarte.

Tenías botas y caminabas, caminabas como si fueses una loca muy feliz, sabes, tenías más encanto que todas las asesinas princesas de la historia. Me mirabas, yo sentado en una silla y mesa de piedra incomoda, en donde escribía; sin lapiz, escribía al verte, escribía estos versos pero no sabía decirlos en aquel momento; pero me mirabas, me mirabas y sonreías, con una sonrisa profunda, tan profunda que me daba la sensación de que te dolía; pero no era más que una mera ilusión, la brisa movía tu cabello como mueve las cosas que no le importan pero que a mí sí, y muchísimo, y en esos hilitos de cabello que cubrían tu rostro, yo me sentía arrancado de alguna parte que no conozco y que no existe; y todo lo que sentía era esa sonrisa, esos ojos entre cerrados, esa loca de la que estoy enamorado; y el mundo tan atroz y cruel se parecía tan poco a esto; y la aburrida paz del tedio se parecía tan poco a esto; y la cruel filosofía se parecía tan poco a esto; y la repugnante relatividad científica se parecia tan poco a esto. Porque esto no era ese vómito colectivo al que llaman amor, esto era, algo diferente y nuestro.

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