miércoles, 24 de junio de 2020

Las dos noches (I)

Hacía casi un año desde aquel encuentro sexual que tenía en su mente. El encuentro sexual no había durado mucho, a duras penas cinco minutos. Pero él recordaba la experiencia de esa noche como dicen los detectives que los asesinos recuerdan sus crímenes. Se divirtieron, la pasaron bien, el encuentro sexual si bien duró poco fue lo necesario para recordar esa memoria con dicha y no con frustración. 

El tiempo que pasó, casi un año, como dijimos, servía para borrar de su mente la repulsión que sintió cuando llegaron a su casa y vio lo diferente que se veía desnuda.

Él se había encargado de entretenerla, de hacerla reír y había pretendido estar interesado en su vida con una profundidad falsa que se sentía mucho más real de lo que jamás se sintió para ella el interés genuino de sus amigos que no tenían la capacidad de comprender el profundo misterio del sufrimiento humano. Él comprendía el sufrimiento de ella, pero no le importaba. Aunque a veces comprenderlo importa más.

Ser hombre es ser un cazador. El sexo es tu presa, no la mujer. 

La mujer, el animal. Es una cosa. La mujer, la persona, la identidad, es otra. El sexo pertenece al animal, pero el recuerdo del sexo y como se siente uno al recordarlo, es la persona. La persona es siempre la memoria, el pasado. El sexo es el instinto, el ahora. 

Fabián había fijado sus ojos en su amiga primero, Fernanda la mexicana. Era más joven (aunque ambas mayores que él, con hijos, carreras y fracasos), menos gorda y con un resentimiento latente por su marido que la hacía sexy por tener el corazón frío y destruido.

Si le preguntaran a Fabián, o mejor si se lo preguntara el mismo, sin testigos, para poder sacar una respuesta más auténtica de su mente, él no recordaría nada de esa noche o si lo recordaba podría terminar mezclando memorias de muchas otras noches en el mismo bar, con las mismas ganas de escapar de su soledad y con el mismo deseo de acostarse con alguien pretendiendo que sólo quería salir a pasarla bien.

Era la última llamada y él estaba esperando a que le trajeran la cuenta. Mientras que de repente una mano se empezaba a pasar por sus pantalones y se acercaba a su pene, no logrando alcanzar nada, porque Fabián tenía un pequeño pene latinoamericano sin circuncidar que parecía no existir hasta que la sangre le llegaba y se convertía en un animal. Cuando Fabián volteó, lo hizo muy despacio, porque estaba borracho y también porque tenía miedo de lo que pudiera encontrar. Por favor, Dios, sólo no dejes que sea un maricón. Fue lo último que pasó por su mente antes de ver a una mujer mayor, muy mayor y muy poco atractiva para validar ese dicho de que no hay mujer fea luego de las dos de la mañana.

La viejita se disculpó sin sentirse mal o avergonzada, y Fabián volteó y junto a él vio la sonrisa coqueta y borracha como apunto de vomitar de la mexicana Fernanda, y fue en ese preciso instante en el que terminó la noche que jamás volvería a recordar y empezó aquella que jamás podría olvidar.

martes, 23 de junio de 2020

Federico y ellas (II)

Pero para hombres como Federico ser mujeriego no es algo que tenga remedio. Si ser mujeriego fuese un crímen, Federico sería un seductor serial. En hombres como él ser mujeriego es incurable a pesar de su juventud y no necesariamente debido a ella. La seducción para él no es algo que se le diera con facilidad o con naturaleza, él desarrolló su técnica, sus estrategias y su estilo, como parte de un descubrimiento de sí mismo, estaba intrínsecamente ligado a su personalidad. Él era seducción.

No nació con suerte, no tenía el dinero suficiente para que las mujeres lo acecharan ni tampoco el atractivo extraordinario para que ellas desearan ser acechadas por él. De niño conoció el amor que sólo experimentan los poetas, y descubrió muy temprano que el camino del deseo se encuentra lleno de frustración. El dolor estaba asociado con cada niña de la que se enamoraba, los amores no correspondidos le hacían idealizar la lejanía y sentirse seguro en el terreno de lo imposible. Pero él es hombre y un hombre no es completamente uno al menos que su sed sea infinita y lo haga ser más de lo que ya es.

Federico pensaba como un asesino en serie, tenía una mente criminal en donde cada crímen era conseguir seducir a la mujer que deseaba. Pero no era un talento innato sino perfeccionado. Durante sus años de adolecente el dolor y la soledad llenaron su vida. Experimentaba ataques de ansiedad, lloraba en las noches porque se sentía sólo y cada vez que su amor era correspondido terminaba inexorablemente en decepción. Fue por la ansiedad que empezó su interés en la poesía y fue por la decepción que empezó a interesarse en lo que él entendía como filosofía.

En este punto de la historia Federico se creía mejor que los demás. No sentía placer al respecto, era completamente un mecanismo de supervivencia, era su forma de sobrevivirse de sí mismo. Su sentimiento de superioridad no era diferente al que todo ser humano siente con respecto a todo lo que le rodea, ya sea que esté consciente o no de ello, pero en este caso Federico comprendía a fuerza de sufrimiento que si no creía en sí mismo estaba condenado a una vida que de tan sólo imaginarla le producía repulsión.

Fue por eso que él no pudo evitar dejar salir su maquinaria de encantos cuando la vio por fin al siguiente día. La atacaba con humor y la acaricaba con poesía casi simultáneamente. Su instinto de seductor asesino era infinitamente más fuerte que sus aspiraciones de poeta idealista. 

"No viniste ayer" le dijo, "Me quedé esperándote y me puse triste pensando que era porque habías regresado con tu marido" y lo dijo con un encanto, una confianza en sí mismo y un desapego que la invitaban a reírse, a golpearlo sin violencia, a mirarlo con una sonrisa desarmada.

Federico tenía no sólo la creatividad de un comediante y el carisma para hacer reír, sino que además de su ingenio era capaz de improvisar con una limpieza y una precisión para decir siempre lo correcto y lo menos esperado al mismo tiempo que era su característica más remarcable, la que lo hacía único en el mundo.

Ya era demasiado tarde para hacer poemas, este joven había nacido para ser un hombre de acción por encima de letras. En un instante de descuido de parte de ella él se asomó a su trasero y debemos decir que Federico era uno de estos hombres que cuando ve a una mujer que le gusta, él inmediatamente siente que lo mejor que le podría pasar a esa mujer es la experiencia de ser seducida por él. Y ese instinto y esa arrogancia era el resultado de haberse cansado de vivir sintiéndose inferior a los demás hasta resolver que él debía creerse el mejor sin importar que el mundo no pensara lo mismo. Era quijotezco, pero no por eso menos atractivo.

Todos los hombres que llegaban al local compartían el deseo de Federico, pero carecían de su talento y de su genio, eran evidentes, simples, obvios y no fracasaban por directos si no más bien por básicos. Pero Federico había dejado de experimentar celos hace muchos años, debido a que creía que las mujeres eran inferiores, en particular y los seres humanos, en general, a la imagen que tienen de sí mismos. Es decir, cada vez que experimentaba celos pensaba que era sólo una humana, que los seres humanos no somos capaces de estar al nivel de nuestros propios ideales, y que sólo los creamos para sentirnos bien con nosotros mismos. Como a todo joven, le seducía el nihilismo.

Su sentimiento ante las mujeres era fragmentado, por un lado sentía una naturaleza poética que lo invitaba a enamorarse y verlas como seres únicos y extraordinarios, y por otro lado, la experiencia y las estrategias sistemáticas que había desarrollado para entenderlas le hacían sentir que eran muy poco especiales, las veía cada vez más por lo que eran y cada vez menos por quienes eran. Sentía que lo real era lo que todas tenían en común, y que lo que tenían de especial no era otra cosa que espejismos de su imaginación. Estaba en una lucha interna entre el deseo de creer y la maldición de saber demasiado. Pero en esa hora a la semana en la que estaba con ella se llenaba de inspiración, de ganas, ignoraba las señales obvias de que ella no era ideal, o tal vez más que ignorarla sólo conseguían entusiasmarlo más, desearla más. Acercarse a ella lejos de volverla parte de su rutina convertían su rutina en parte de lo que él sentía por ella. Soñaba con ella mientras la escuchaba, deseaba tocarla mientras la miraba, y quería sentir que era su dueño mientras más visualizaba las imperfecciones de su desnudez.

lunes, 22 de junio de 2020

Federico y ella (I)

Qué se iba imaginar Federico que enamorarse por primera vez de la manera más tonta que alguien puede enamorarse sería la razón por la que nació esta historia. 

Ella no era hermosa, y nunca se dió cuenta del significado que para él tenía su existencia hasta ese momento exacto en donde la esperó por primera vez, pero ella no estaba. Si como lectores tuviésemos el poder de asediar a Federico y preguntarle por qué mientras estaba descargando un camión de botellas de agua que había llegado de sorpresa en esa madrugada húmeda de Junio, le dió por quitarse la camisa, y emocionarse ante la idea de que ella lo viese por primera vez sin su uniforme de trabajo, seguramente él se sentiría lleno de vergüenza y lo negaría con la ferocidad con la que negamos una verdad simple que nos hace sentir desnudos.

Todo empezó a dejar de ser normal y a empezar a ser esta historia en el momento en el que él vio en la hoja sucia pegada a la pared en dónde se encontrada el horario de trabajo, que a ella se le había asignado un día a la semana que nunca antes se le había asignado, y que significaría que la vería dos días esa semana en vez de uno. Y en ese instante, sin estar al tanto de ello, su cuerpo sentiría un éxtasis de tener el doble de ella, de su presencia sutil pero pesada, de su amabilidad que parecía parte de un mundo que para él había dejado de existir, y de esa belleza tan imperfecta que le hacía obsesionarse por ella sin saberlo.

Antes de verla por primera vez, él se la había imaginado como una mujer hermosa que causaba hechizo en los hombres debido a historias que escuchó. Pero al verla sintió sin saberlo una felicidad enorme debido a que era mucho menos hermosa que su leyenda. Tenía unos ojos extraños, por no decir asimétricos. Unos dientes imperfectos, como todos en su familia, que eran como una segunda familia para Federico, y además ese cuerpo de madre en el que lo que antes era apretado sin esfuerzo cobraba ahora la textura de una lasaña. Además de un cabello teñido de rojo con raíces que hacía meses debían haberse retocado aunque sin embargo eso no ayudaría de mucho debido a que el color no inspiraba naturalidad ni elegancia.

Pero ella tenía algo único, algo que no se descubría hasta conocer su historia, o la manera en que ella la cuenta, para ser más precisos. 

Sus encantos físicos empezaban con su pequeño tamaño, que daba ganas de cuidarla, con su mirada de niña que pretende ser feliz pero llora por las noches, y en general, un enorme deseo que crecía en contra de su voluntad por protegerla de hombres como él.

Ella era dulce con él, pero por más que él se esforzase en tratar de ver si había rastros de deseo en la ternura servicial de su tacto, él no lo encontraba. Parecía que era bella por naturaleza y no porque quisiera algo de él o con él, y eso le producía al joven Federico la tortura más bella de su vida. A veces Federico hacía intentos, como quien no quiere la cosa, esperando fallar pero con la satisfacción de descubrir la naturaleza de esa mujer con respecto a él. Se acercaba sin esperanzas y por eso sin temor a ser rechazado. Pero ella sólo parecía tener dulzura dentro de otra, y correspondía a sus juegos sin picardía, pero con una inocencia de niña que le hacía sentir a Federico que esa inocencia podría perderse para siempre al menos que él llegase a poseerla.

Cuando se había retrasado media hora, Federico se vio reflejado en la ventana, se miró directo a los ojos como si no fuera él o como si se odiara. Nunca se había sentido tan atractivo en su vida antes de ese periodo en el que empezaba a conseguir éxitos pequeños y aprobarse a sí mismo. Era un niño todavía y como todo niño estaba intentando cada día probarse como hombre, debido a que si un niño no lo hace lo único en lo que se puede convertir es en patético. Pero estaba ahí, y nunca se había sentido tan poco atractivo como cuando se vio sin el uniforme y se sintió feo, la ausencia de ella le había quitado en un instante toda la confianza que tenía de sí mismo. No como si jamás hubiese existido, sino peor, como si la hubiera apostado y luego perdido.

Fue entonces cuando él tomó la resolución de por primera vez en su vida no intentar ir detrás de una mujer que le genera deseo, y dejar que se quedara en aire todo lo que siente, por miedo a matarlo si lo toca. Ese fue el preciso instante en el que esta historia comenzó, porque fue en ese instante en el que Federico dejó de ser hombre por primera vez para empezar a ser literatura.