lunes, 14 de diciembre de 2015

Carta a Ivanna

Ellos piensan que estás maldita porque no vas a ver jamás las cosas hermosas, y tienen miedo de algún día no poder verlas ellos, y además (y peor) te tienen lástima, y no hay nada peor que tener lástima.

Lo cierto es que ellos tienen una ceguera peor, ellos pueden ver las cosas bellas y hermosas pero no quieren hacerlo, prefieren ponerles nombres, y cuando le pones nombre a lo bello, en ese instante se vuelve completamente invisible, o peor aún, insentible, si nos damos el lujo de inventar palabras, como ha sido y será siempre en la literatura Raga.

Ellos tienen lástima de ti, dicen: oh, jamás verás lo que yo veo. Pero ellos dejaron de observar hace mucho tiempo, porque se conformaron con definir las cosas.

Hay algo que quiero mostrarte, y es que un sitio jamás es dos veces el mismo sitio. Dicen que el color es tu mayor ausencia, pero ellos llaman color a un mero tono que aparece en sus mentes luego de decir esa palabra. Y yo quisiera mostrarte los colores, lo que realmente son; teniendo en cuenta siempre, que un color no se queda quieto sino que siempre va cambiando.

 Las palabras tienen colores, colores que deben sentirse, y que se pueden sentir con el sonido. Quienes piensan que la música no se puede tocar, es porque jamás han sido tocados por la música, simplemente caminan junto a ella pero no dejan que ella los toque y los convierta en la música misma al dejarse tocar por ella.

Cuando digo verde no quiero que trates, como la mayoría, de tener una idea que sustituya al verde, quiero que al decir verde te sientas descalza, sientas la grama húmeda en donde caminamos cuando viniste a casa, y la punta de cada hoja de césped te picaba un poquito porque hacía sol.

No es lo mismo ver que sentir, y caminamos durante horas por el bosque, porque yo supe desde el primer momento que esos kilos de más se iban a ir, no para que alguien te acepte o te desee o te necesite, sino que se iban a ir porque íbamos a caminar, a caminar no para llegar sino para sentir.

Y tú veías muchas cosas que yo no podía a fuerza de verlas, como esos pájaros que parecían pelear, y luego yo te hice un sonido de vibración con mi dientes en tu oído que te dio cosquillas y te dije que así se sentía verlos, cosquillas puras.

Luego vimos (sentimos) ese caballo y nos pasó por al lado una gringa idiota que repartía el correo y nos vio como si fuésemos imbéciles por estar más atentos al caballo que a su urgencia por saber dónde quedaba la casa Night Neen Chinga A Tu Madre Pinche Puta y le dije que no sabía porque tú eres ciega y yo ando demasiado ocupado viendo las cosas hermosas que tú escuchas como para pensar en los chingados números de las chingadas casas.

El caballo era precioso, casi tanto como la gringa, pero mejor porque él no andaba desesperado por su comida. Deberíamos aprender de los caballos -te dije- comen grama y no viven con tanto drama, y empezaste a reír, y eres tan hermosa y tan parecida a Ethel cuando ríes; y me di cuenta de que no sé muy bien si este bosque es tan hermoso como tu sonrisa o si las cosas bellas son tan indivisibles como indescriptibles, y definitivamente es inútil hacer categorias de lo hermoso, porque lo que es bello no es más o menos bello, sencillamente es precioso o no lo es; y ya vez, Ivanna, trocito de Ethel, sonrisota hermosa, salimos a enseñarte a ver el bosque y al final eres tú la que me enseña a ver lo hermoso, preciosa Ivanna, trocito de Ethel.

Y se supone que debería terminar esto, decir lo que vimos, lo que sentías al escuchar al caballo patear la grama mientras comía, pero es que uno luego de ver tu sonrisa se da cuenta de las cosas no terminan ni empiezan, de que eso de empezar y terminar es un desorden de la mente, que nos hace creer que la historias necesitan un final, y la belleza explicación.

Uno no puede terminar un cuento luego de que empieza tu sonrisa, porque tu sonrisa es mucho más de lo que se puede ver en la palabras, Ivanna, gorda hermosa, pedacito de Ethel.



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