jueves, 24 de agosto de 2017

Águila brava

Estaba en el desayuno, y un aleteo interrumpió todo eso que pasa dentro nosotros y desaparece cuando algo extraordinario toma lugar.

Un águila voló y yo fui tras ella, como siempre voy tras de todo lo que me llama para darme una lección.

Sus alas eran grises y enormes como una capa bastante elegante, llena de ese prestigio que esconde nuestros anhelos de volver a ser lo mejor que fuimos cuando fuimos niños.

Una lluvia de niebe descendía de sus alas grises como si sus alas fuesen dos espejos reflejando enormes y profundas montañas.

Yo pensaba en Lupe, la ardilla, y en tantas cosas que se llevaron mi corazón para dejarme literatura.

Cuando la vi más de cerca comprendí que era un anciano, su cabeza casi no abrigaba plumas, su hermoso pico estaba pegado a un rostro cansado tanto de lo bueno como de lo malo. Y unas bellas garras de oro aferraban ese enorme y agotado cuerpo a la rama de un pino tan antiguo que la hacía ver recién nacida. Era tan triste y tan hermoso. Ella miraba a todas partes, y a veces me miraba a mí, porque yo era en ese momento el vacío que tienen todas las cosas que no tienen explicación.

Miraba cabizbaja, no derrotada, sino como alguien que espera lo inevitable, como alguien que verá este otoño caer las hojas por última vez.

Y dolía, dolía ver eso en medio de tanto hermoso y de tanto verde. Pensaba en que el individuo siempre muere, pero la vida sigue. Y sigue la vida, y sigue lo verde.

Entonces vine a escribir esto, y en mi ventana vi algo que no podía creer a pesar de que podía verlo. Y era otra águila, esta era más bien joven, hermosa y resplandeciente. Fría como las personas que se saben hermosas, vanidosa como a quien no le cabe más juventud y belleza. Los mismos colores, pero mucha más vida por vivir que por dejar atrás.

Y no pude sino pensar en mi padre, en nuestro último abrazo. En cuánto le debo y en cuánto lo pienso. En que llevamos cinco años sin vernos, pero si algún día me llega la noticia de su adiós para siempre. Esos cinco años sin él serían una obsesión, una novela la cuál escribir. Porque escribir para mí es a veces eso, vivir todas las cosas que quise y no pude, porque en esta vida rara vez se puede lo que quieres, al menos que quieras cosas que no vale la pena querer.

Yo pasaré, mi padre también, y hasta puede que leas esto y ya no estemos. Pero viviremos para siempre en todo el que vea la mirada sin miedos de un águila triste en sus últimos vuelos.

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