sábado, 4 de julio de 2015

Carta de amor a una mujer ajena.

Pensaba en ella. Pero no como cuando uno está enamorado, era menos doloroso, solamente pensaba en ella. Creo que no la pensaba, sino sencillamente la imaginaba; sin la trampa del amor, con la belleza de la creación. Pensaba en ella.

Me llamo Guaicaipuro. Ha sido un día terrible, he deseado desde hace horas que se acabase para escribirlo, o mejor dicho, viceversa. He intentado reprimir mis deseos de escribir, quería, tal vez, que se fueran las emociones efímeras y quedaran las que vale la pena destruir escribiendo sobre ellas.

Mientras escribo esto, empezó a esparcerse una niebla de ronquidos, proveniente de mis compañeros de cuarto. Qué lastima que no la pienso con amor; si estuviese enamorado, el dolor no me dejaría escuchar nada.

Tengo días haciendo de seudoexistencialista, lo digo así porque a Sartre no lo he estudiado más que por programas acerca de su pensamiento, como un resumen; ese hábito moderno de hacer del pensamiento un mero souvenir, como las camisetas del Che, frases fuera de contexto, rebeldía barata. El pensamiento del siglo pasado dudo que cambie el mundo, cuando mucho va a ocupar en este siglo el papel que el Rock en el siglo pasado: una bonita mentira, una sombra lo suficientemente en contra de la luz podrida que predomina el sistema que nos consume al consumirlo nosotros; quiero decir, el pensamiento que ahora no es más que una excusa para plasmar nuestro enojo con el mundo.

Puedo hablar claro y raspa'o, porque he perdido toda esperanza. Estoy tan ajeno a mí como de todo, y hasta de ella, que la veo como un hermoso poema lejano, como un poema escrito por mí, que sea tan hermoso, que no me cabe duda: debí haber hecho algo muy mal para que me quedara tan bien.

Intentaba leer mi libro camino aquí, pero me mareaba el agresivo manejar. Veía el precioso atardecer violentamente lento del verano. Era tan ajeno a mí, y tan hermoso. Como la vida, y como ella.

La mujer que preparaba los emparedados tenía brazos más voluminosos que mis piernas, la noche anterior había soñado con Delfina, la directora de mi escuela secundaria. La recuerdo porque sus brazos eran de igual magnitud, quizas más; colocaba su flácida masa sobre mis dos hombros, y la piel putrefacta que se tenía asco a sí misma y por eso buscada desprenderse, me apretaba como un infarto, y la gorda lloraba. Siento ese recuerdo como si fuese de una noche lejana, como lo siento todo, todo lo que toco se hace ajeno a mí. Como ella.

La directora me confesaba su dolor, era asqueroso. Recuerdo ahora su mirada altanera, sus pequeños zapatos que chillaban no de resistir tanto peso sino de tener que resistir tanta mierda disfrazada de persona. Pero esta mujer tiene hermosos ojos color día de primavera, y no me importa.

Intenté hablar, pero la boca me salía con mas desgano que palabras. Este cuerpo no es mío, ni si quiera es mío este dolor que lo consume desde su más profunda piel, esa piel sin piel, ese sitio donde soy igual a todos los hombres y mujeres. Esa parte honda entre mi ser y mis sueños. Esa parte que se ha hecho ajena a mí desde que la descubrí.

La vía estaba llena de curvas, sentía náusea, náusea sartreana por dentro y náusea profunda por todo lo demás. Algo debe haber mal en mí, quizá soy yo.

Hemos estado a punto de morir, la agresiva conducción se desvío por unos segundos en una curva para tomarse una foto mientras manejaba. Me imaginaba siendo el único sobreviviente. Sentandome a leer esperando que llegara la ambulancia, preguntándome si tal vez pueda vivir con ella: la muerte le ablanda el corazón a los que aún no se lo han visto.

Nos detuvimos en una gasolinera ¿Quieres ir al baño? No. Apenas arrancamos, me dieron ganas de cagar. Todo el tiempo tengo ganas de orinar, y voy al baño y sólo se derraman tres gotas del mismo color del agua. Las toco por curiosidad: no son calientes, no huelen, podría venderselas a Ricky Martin.

Quizá es el hábito, el único poder der ser humano; el poder de elegir de qué forma destruirse. O simplemente tomo mucha agua... pero las ganas son más mentales que fisiológicas, me pongo nervioso por cualquier roce humano, hasta con mis cohabitantes. Inclusive si me van a dar una llamada telefónica debo ir al baño antes de antenderla. Debo interrumpir esta carta, necesito orinar...

Al levantarme, como pólvora, un pequeño ruido desató una fila de domino cayéndose: todos los cuerpos que roncan se movieron cada uno como pollo en brasa; dejaron de roncar unos instantes, pronto arremeteran con más fuerza que antes.

Estar en el mismo cuarto con tantos seres vivos me resulta repugnante, insoportable, doloroso. Como todo en mi existencia, y eso, ese dolor, también me es ajeno. Solamente escribir me controla, no escribo porque me gusta, escribo porque lo necesito, lo necesito tanto como necesito que todo me siga siendo ajeno.

Resistir, eso hago y eso he hecho. Al llegar, el señor Otoniel me veía con una mirada de asesino feliz por encontrarse a su víctima sola, cuatro personas y una puerta me separaban de los ojos más macabros del planeta. Me hubiese gustado escribir que es cristiano, que el hombre que estaba a su lado saludandolo con amor, no lo soportaba; y unas semanas atrás, una mirada evangelista parecida a esa, con la misma sonrisa podrida y forzada, me había lastimado mucho. Porque los seres humanos me son hoy en día una superstición, una tradición bien molesta e innecesaria. Pero ahora todo esto me es ajeno, todo lo que no son estás letras me es ajeno. Hasta las ganas que ayer me tenían por el suelo, las únicas ganas que he sentido en mucho tiempo: las ganas de dejar de existir.

Al bajarme del coche debí darle un abrazo, y su reluciente barriga de cucaracha boca arriba me hizo sentir en toda la piel las patas cosquillosas de la hipocresía. Antes odiaba a los cristianos, por forzarme a ser como ellos. Cuando logré safarme de ellos para estar en el confinamiento solitario de mis libros y mi rebeldía; mi odio se fue, porque sólo podría odiar a seres tan profundos como mi dolor, que es lo único que soy. Del resto, el mundo me es ajeno.

Entré y fui directo a cagar, todo me aburre, intento disfrutar la comida pero una vez dentro de mi boca, sólo anhelo que desaparezca. Mi cabeza se inclina hacia abajo y mis manos expanden las nalgas a los costados. No fue necesario limpiarme. Lo peor de todo es que las ganas eran enormes y el óleo de la puntura parece vacío, o si acaso, pintado con algún método japonés: casi imperceptible.

Sé que debería decir más de ella, pero es absurdo. Soy tan ajeno a mi vida que hice una carta de amor y terminé hablando de mierda. Es absurdo: no estoy enamorado, ella es hermosa, está en toda está carta, completamente ajena.

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