domingo, 14 de febrero de 2016

El señor Raga y el oficio de ser libre.

Allí estaba ella en ese café, con él; ahora que podía verlo no le tenía tanto miedo, es más fácil temerle a lo desconocido, o, si acaso, es lo único a lo que es posible temerle. De hecho, creo que estoy equivocado, no es a lo desconocido lo que uno le teme, pues, no lo conocemos, realmente le tememos a lo que imaginamos que es lo desconocido, y como toda imaginación, es un producto del pasado, porque la cara que le puse a este tipo era, como en los sueños, una mezcla de rostro del pasado, tal vez rostros que en algún momento me dieron miedo. Además de eso lo imaginaba con los defectos de su profesión: la fanfarronería. Aunque honestamente creo que todo estudiante universitario hoy en día es un fanfarrón, y si disimula no serlo, es por esa hipocresía de la modestia, que nos hace sentir orgullosos de nuestra humildad. Vaya disparate.

Pero ahí estaba él, con ella. Y me imaginé sentado con ellos, no me importaba si él la abrazaba o la besaba frente a mí. Sí podía hacerme sentir incómodo, pero no porque lo hiciera sino porque me lo estaba imaginado haciéndolo. Pero cualquiera que me haya leído puede haberse dado cuenta, junto conmigo, que la única manera de acabar con el miedo es colmándote de él, sin resistirte, porque toda acción producto del miedo, es más miedo. Entonces vería cómo la besa y trataría de comprenderlos, comprenderla, comprenderlo. De todas formas, ellos están juntos desde antes de que yo la conociera a ella, pero, importa muy poco, porque el problema no está en ellos sino en lo que sea que me hace creer que ella es mía o de él. Todos somos víctimas de este condicionamiento que nos deja de hacer seres vivos para ser objetos, y amos. Tontos.

Pero seguí, de todas formas yo andaba acompañado con alguien, no les negaré que toda esta puesta en escena no era producto de la casualidad sino de una necesidad mía por dejar de imaginar y empezar a vivir. Entonces esa chica que me acompañaba veía las nubes conmigo, y ella -la que estaba con él y no conmigo- nos observaba viendo las nubes, seguramente sintiendo algo, tal vez envidia, tal vez belleza. Sólo ella sabe, aunque, como la conozco, probablemente no supiera lo que sentía, sólo lo sentía, y en eso radica su belleza.

No era difícil para mí no verlos a ellos, yo sabía que ahí estaban, eso era suficiente. Y, además, yo no fingía; yo no fui hasta ese sitio para pretender vivir y que ellos me vean, fui allí porque quería vivir, y quería que me vieran, y saberlos ahí.

Fue una hermosa plática con esa chica, me hizo mucho bien, comprendí que era inútil compararme con ese otro hombre, o con ella. Si ellos querían compararse conmigo, allá ellos, yo no quería, yo me sentía bien cantando con mi compañera, hablándole de lo hermosísimas de las letras de las canciones que cantaba -mal- y además, de lo hermosísima que es Mercedes Sosa.

Era evidente que empezó a recorrer sobre mí, junto a las miradas de ella, la que andaba con él, un sentimiento de saber que ella pensaba en lo hermoso que es estar conmigo. Porque estar conmigo es muy hermoso, no porque lo diga, sino porque lo es. Así como es hermoso estar con cualquiera que realmente se interese por ti, por conectarse contigo, por besarte los ojos al llenarte de vida, su vida, de la única forma posible: bajo una entrega completa. Y estas cosas todas son bellas, no por mí, sino porque lo son. Sólo hablo de mí por cuestiones de lenguaje, pero realmente yo no soy eso, sino que soy la belleza que soy capaz de ver y de vivir mientras la veo, verla más allá de mí, ser ella cuando la veo.

Pensaba en tantas mujeres con las que he estado, pensaba también en cuántos al leer mi pensamiento me llamarían pansexual, pero el sexo no lo veo como una cosa de categorías, el sexo es sexo, eso es todo, quien quiera ver amor o categorías en él, seguramente le da una importancia exagerada, no la que corresponde. Lo ve como el centro de todas las cosas, y no como una parte del todo. Además de que también está la tendencia a calificarme de asexual, porque a pesar de que las relaciones sexuales son una cosa bastante frecuente en lo que solemos llamar como "mi vida", que es nuestra rutina, o pasado, yo no me siento parte de lo que he sido, yo soy lo que soy ahora, está emoción que les entra por los ojos, y cualquier otra cosa que haya sido, incluyendo el proceso de escribir esto, al momento de ustedes leerme, tiene poca importancia. A pesar de la frecuencia con la que podríamos decir que tengo sexo, no es frecuencia en lo absoluto, porque no forma parte de una rutina de ejercicios llamada sexo, o una droga que consumo con cierta asiduidad, como suele ser para casi todo el mundo. El sexo para mí es algo siempre nuevo, y siempre inesperado. Y no diría que es fácil de conseguir, porque no lo busco, sino que es fácil de que pase, de que florezca como está por pasar en unos minutos, cuando le diga a mi compañera lo que sentía al ver las nubes, lo que siento al ver sus ojos. Y todo eso es sincero, y por lo tanto no voy a describirlo para ustedes, porque sería de mal gusto al menos que sea falso.

Pienso en lo tonto que es medirme, no es fascinante estar conmigo porque me midas con ese tipo que está sentado contigo tomando café como tantas otras veces desde mucho tiempo antes de que tu vida y la mía formaran a ser algo más que lo que tú y yo somos, ese algo que sólo existe cuando estamos juntos. No, es fascinante, por el simple hecho de que la alegría es mi forma de vivir, y no un resultado de mis vivencias, y mucho menos una mentira en la cuál creer cuando me aterre lo que vivo. Si tengo miedo: tengo miedo, y lo acepto, como en el primer párrafo, y es sólo al aceptarlo que empiezo a comprenderme a mí mismo, porque yo soy mis miedos, no ustedes dos, hermosa pareja que está por irse a tener ese desenfrenado sexo que tienen esperando desde hace más de una semana porque tenías la regla. Semana que yo disfruté muchísimo contigo, porque se me suele olvidar todo lo que no puedo tener, por lo menos cuando no puedo tenerlo, afortunadamente.

Yo podría hasta tener sexo con ustedes, es más, hasta mi compañera podría venir, sería divertido, incluso diplomático. Pero no, eso no va a pasar, la verdad hasta podría tener sexo yo solo con él, para descartar todo tipo de visión de ti como un objeto, podría sujetar sus manos mucho más ásperas que las mías, y besar sus labios mucho más enormes que los tuyos. Y cantarle canciones de Mercedes al oído, mal, y hacerlo sentir amado, porque lo es, al igual que todo lo que pasa por mi vida y se deja amar. Pero no, eso no va a pasar.

Esa es la historia de mi vida, amar en libertad a las personas (pero que tonterías digo, la libertad es la única forma de amar a las personas), llevarlas hasta el borde del abismo, y con un dolor inevitable, verlas como se quedan en el límite, en ese precipicio que jamás sabrán saltar, porque todo su pasado, todas sus costumbres y creencias, los definen. Pero yo soy libre (soy la libertad, poner el "soy"antes, es corromperla), difícilmente vuelva ustedes, excepto por esos reencuentros que producen las canciones.

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