martes, 15 de marzo de 2016

Defensa a la libertad, la locura, la belleza.

DICEN que estoy loco
porque rechazo las etiquetas (tan codiciadas)
de intelectual
de orgullo venezolano
de futuro Premio Nobel
de salvador de la literatura y la poesía.

Un intelectual, por lo menos en su concepto aceptado, es alguien que abre los brazos y la sonrisa a los libros, pero le da la espalda a la vida que le rodea. Alguien que hace tratados acerca de lo mucho que le interesa el futuro de la humanidad, pero no soporta a los humanos; en especial, a los humanos intelectuales que no le rinden culto de adoración.

No soy venezolano. Lo único que tienen en común todos los venezolanos, los cristianos, los de izquierda, los emprendedores, o cualquier grupo de personas que se sienta orgulloso de llevar una etiqueta, son sus defectos. Los grupos se forman por el miedo: para apartarse y protegerse, para estar en conflicto con quienes no pertenezcan a ese grupo.

Yo de venezolano lo único que tengo es mi incapacidad para pronunciar las eses al final de las palabras, y un montón de malos hábitos que sólo surgen cuando no estoy atento a mi comportamiento, a mi diario vivir.

No soy un orgullo para nadie. No tuve ningún maestro. Todo lo que hice fue por amor, y todos los que intentaron enseñarme cómo vivir, terminaron decepcionados. Las únicas figuras paternas que tuve fueron Dios y mi padre, y uno era demasiado infeliz para querer ser como él, y el otro jamás apareció.

Decepcionar, decepcionar sí, a mucha gente.
Y también le he dado un montón de sorpresas maravillosas a los pocos que jamás esperaron nada de mí, muchos a los cuales empecé a decepcionar cuando empezaron a esperar algo de mí.

Una vez soñé ser Premio Nobel, simplemente porque pensaba que el único antídoto para las ganas de suicidarme (ganas serias de hacerlo, no como esa gente que sólo quiere armar escándalo, me refiero a el suicida que se ahorca sin molestar a nadie, dejando todas sus cuentas saldadas) era soñar; pero el único antídoto para el miedo es el amor. De hecho, ni siquiera lo llamaría antídoto, porque al amar no existe el miedo, y para tener miedo, es necesario dejar de amar. Y uno siempre sueña porque tiene miedo.

Dicen que estoy loco, porque las copas de los árboles y el aleteo de las aves me seduce más que cualquier muy bien elaborada obra de arte. Dicen que estoy loco, porque tengo más de un amor al cuál dedicarle el amanecer y ponerle su nombre a las flores que siembro.


Sí, puede parecer loco que me guste colocar el agua tibia y las canciones de Cabral y sentir que los platos se sienten muy feliz por todo el cuidado y el cariño que les pongo.

Tal vez padezco la bella locura de no ser nada ni ser nadie; de sentir que pienso muy poco, porque todo lo que vivo, lo vivo por primera vez. Jamás pido ni prometo nada, y cada vez que me ilusiono empiezo a ser infeliz. Creer, sólo se puede creer en lo que no existe. Esta belleza que nos une es increíble.

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