martes, 2 de julio de 2019

Capítulo I "Las musas"

Uno no elige a las musas, es imposible, no sales a la calle y decides ver unos ojos que van a cambiar por siempre tu vida, y lo supe al verla, supe que estaba condenado, que estaba maldito, que era la mujer de la que aquel brujo me había hablado cuando tenía 14 años y sufría de amores, como terminaría sufriendo tantas veces en mi vida: creyendo que cada una sería la última y al igual que las madres olvidan el dolor del parto, yo también olvidaría mi dolor cuando una nueva llegase. Y yo lo sabía, ella era mi musa: todos mis dolores desaparecieron en sus ojos verdes, en su cara tersa, en sus dientes llenos de alambres, en su ternura de niña y en su figura de mujer.

Estaba maldita, y era rubia, tal como el brujo me dijo, era una catira.

En aquel entonces yo sufría por una morena de piel clara, trasero hermoso, cabello rizado y un culo y una frente proporcionalmente enormes.

Todos en mi familia lo tenían guardado en el teléfono como "Jaime, el abogado", y cuando iban a Yuma, un pueblo entre Carabobo y Maracay, en los lugares más reconditos de Venezuela, mi familia decía "Vamos a una consulta con el abogado".

El camino a Yuma era largo y tedioso, por eso mi mamá me dejaba escuchar regetón en vez de torturarme con sus melancólicas canciones de Alejandro Sanz; lo sé, soy el único poeta que en vez de sufrir prefiero el perreo, que quieren que haga, tenía 14 años, no hay demasiado que sufrir a esa edad, incluso para un venezolano.

Para ir a Yuma era necesario pasar por el pueblo de Magdaleno, un montón de casas escondidas entre cerros, en donde lo único que se ve es pobreza, negros y carpinteria. Es tal vez el único lugar en todo el mundo en donde todo el mundo es carpintero, por eso siempre estuve convencido de que la iglesia mintió y que si Jesús de verdad fue carpintero, debió ser negro y debió ser de Magdaleno.

En Venezuela la mayoría de los negros y la mayoría del sida se encuentran en un solo lugar: en la costa, porque no nacieron aquí, alguien más los trajo. Pero Magdaleno no esta cerca de la costa del Caribe, sino del lago de Valencia, una laguna inmensa que se secó hace años y sobre la cuál se edificaron ciudades y la cuál empezó a regresar a su lugar de origen desde que Chavez llegó al poder arranzando con su paulatino crecer todos los pueblos que se hicieron en su ausencia, tal vez como castigo de haber traido el socialismo a nuestras tierras. Como si el socialismo en sí no fuera castigo suficiente.

Cuando pasábamos por Magdaleno se veían las obras más hermosas hechas de madera, ¿te imaginas lo bello que tiene que ser para que la gente se detenga en un pueblo en la mitad de la nada nada más que para ver qué cosas maravillosas habían hecho los negros de Magdaleno? Era único, era una de las maravillas venezolanas y estaba en el record de no sé qué pero que era reconocido en todo el mundo.

Y donde hay negros, hay salsa, y fue ahí donde conocí la alegre voz de Maelo, la espada de fuego que es la voz de Tito Rojas 《si esto no es amor, dime qué es esto》y la erótica voz de Eddie Santiago que me arranca un poquito del alma cada vez que dice 《No llames amor a tu hipocresía》.

Fue así como supe que la Catira era la mujer de las maldiciones profetizadas por el señor Jaime, porque apenas vi sus ojos, el corazón se me llenó de salsa, y recordé en ese mismo instante aquellas palabras que parecían haberse borrado con el tiempo, lentamente, como una tempestad de arena. Como en el poema de Nicanor.

Sus ojos eran verdes, estaban hechos de poesía, y estaban hechos para acabar con mi vida como lo había visto el señor Jaime en las cartas y el tabaco...

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