viernes, 19 de junio de 2015

Relato: Poesía en Madrid

Él: él había desembarcado con la sensación en el estomago de que pisaba la utopía, de que sentía firmemente sus sueños, por fin; después de aviones, frustraciones, anhelos y meses cargados de tanta intensidad que hacían arrodillar a los años. Esa sensación, la del desembarco y los pasos, le producían un horrible nerviosismo en el estomago: la certeza de que si el sueño es posible, lo más probable es que sea una decepción antes que un sueño; o una pesadilla, si tiene suerte, y así no pierde el viaje (por lo menos gritos, horror y el inconfesable placer del desengaño); pero es sabido que las utopías duelen cuando duran poco y es por eso que lo mejor es que duren más que la vida, ya que si no, ni te cuento: tremenda maldición la de añorar lo que nunca jamás sucedió; entrar en su cintura, la de ella; mirar sus ojos, los de ella; besar sus labios, y besar de la misma forma, todo lo que ella es, y hasta mucho más que eso, lamentablemente. Todos estos hechos que el ignoraba en ese entonces, con la ignorancia deliberada que se le aplica a lo que es obvio que será; la ignorancia deliberada que es una farza pero que sin ella a dónde; pero, con ella, la ignorancia, estamos aquí: en su casa, la de ella, la utopía.

De más está decir cómo se realizaron sus fantasías, las de él; con una tangible alegría que compensaba la debilidad que no consideran los que sueñan, cuando sueñan. Ya le pertenecía a sus dedos, los de él, su precioso trasero, el de ella; que él, había imaginado tantas noches: noches en donde se imaginaba que era de mañana y lo veía, al trasero, bajarse de la cama, rebotar un poco y sentir con los ojos, en su nariz, la inconfundible sensación de que nadie tocaba como él miraba, esa textura de felpa, que seguramente se veía muchísimo mejor de lo que olía; y eso es la imaginación, una supresión de los sentidos, una estafa de la memoria, y qué alivio.

Vamos a relatar de una vez el desenlace de la historia; para los que no son amantes de los procedimientos; para los que van a las metas y a los hechos y a la muerte sin detenerse a mirar; sin buscarle sentido a las cosas, aquí terminará el relato para los felices, y lo seguiremos los valientes, más adelante:

Se encontraba en la cama con Martha Carpe, sintiendo que a veces es necesario que algunos sueños se vuelvan pesadillas para que otros, realmente sueños, sueños de puro inconsciente, sueños libres de intereses: anhelo puro; puedan realizarse. Sentía en ese estado de lucidez del cual, para su desgracia, se le era imposible prescindir, el cuál arrastraba, él, como a una parte de sí; o quizá peor, como a un familiar enfermo; o quizá peor, como a una visita que se queda en casa. Ese estado que, por más que poemas y orgasmo siempre está, tan divertido como cruel. Menos divertido en el presente que en la memoria, como si estuviese más vivo que el tiempo; o, vivo por encima del tiempo, y pidiese disculpas por tantas ilusiones que pudiesen ser un fracaso natural y no un fracaso ya sabido: la maldita clarividencia de los genios, que la sufren, cuando además de genios son buenas personas, caso remotamente frecuente y que quizá sólo exista en la disculpa recién mencionada, que divierte a esta altura del relato, como muestra tangible de su inexistencia.

Esa lucidez le interrumpía para decirle que Martha Carpe era igual de puta que ella, la del comienzo del relato, sólo que por lo menos a esta, a Martha, no la conocía lo suficientemente bien; por eso podía tolerarla, aceptarla, quererla como es -y también como no es, que es muchísimo mejor-. Pero esa lucidez, se metía en su ser, ensombreciendo todo lo ocurrido: la forma en la que empezaron las caricias a morderse los dolores; con ella, la del comienzo, en la otra habitación, tal vez sola, indiferente; tal vez con otro hombre, indiferente; tal vez fuera de casa: indiferente a pesar de cualquier circunstancia en la que estuviese. Pero esto él lo pensaba ahora, en la lucidez, pero antes no: sus manos se volvían cuerdas de guitarras arrebatadas, enamoradas, locas; salidas del mástil para perderse en los dedos de ella, Martha Carpe, y devolverle toda su música, ahogarle de gemidos la voz. Y lo demás es poesía sucia que tal vez Martha al leer esto, quiera realizar conmigo, el que relata. Pero antes habían pasado cosas: él había encontrado a Martha por casualidad, y por razones que no se preguntó, terminaron juntos. Él, a veces evita preguntarse cosas, en especial cuando realmente quiere que ocurran.

Como dije, pasaron cosas antes, no está de más decir que había salido frustrado y humillado de su estudio, el de él; fue a discotecas a desquitarse, de ella, la de la utopía; pero fue inútil, se descubría a sí mismo lleno de tedio, de nada valía la venganza, no porque vengarse lo hiciese parecerse a su enemigo, sino todo lo contrario: en la ejecución de la venganza, la molesta lucidez, le dejaba ver que era todo lo opuesto a su rival. Se acercaba a chicas, igual de putas que ella, la de la utopía, y tal vez igual que Martha; eran todas únicas, una intelectual, otra música, y esta, la que está sentada esperando, sin saberlo, a que ese bobo detrás de ella, le llena la vida de poesía, y se la arruine -esta es boba hasta que demuestre lo contrario; aunque probablemente la poesía y los apetitos sexuales, se encarguen de ocultarlo-: todas putas, hermosamente putas, deliciosamente putas, intelectualmente putas; pero eso no era lo que él quería, ni tampoco una santa, sino otra cosa. Ya sus búsquedas incesantes de libertad le habían permitido saber que la permisividad y la libertad no eran lo mismo, que el miedo al dolor traducido en desapego no era ser valiente; y él quería algo, no algo que tuviese sentido, sino que fuese absoluto, que pudiese verse en otros ojos sintiéndose único, como le ocurría con ella, Martha, y le ocurrió antes, muchas veces, con ella, la de la utopía, y le ocurriría -de no ser extremadamente imbécil, ella (o él, da lo mismo)- si tocaba su hombro. Pero no lo tocó, se sentó solo, y quizá su aire de imbécil, es decir, de intelectual, permitió que se le acercará una sombra que rechazó sin saber bien qué era: él se iría con la nada firme convicción de que era una mujer y guapa, por lo menos para dosificar la noche, las estrellas, el canto de las ranas de donde vivió antes de dejarlo todo para sentirse ridículo y de ninguna parte; la luna y su indiferencia, ante él, que moría de poesía.

Hemos dicho que quería sentirse único, y que se sentía único con todas, entonces ¿Qué pasaba? Quizá debamos decirles que antes, entre lo contado al principio y hasta el párrafo anterior, vivieron juntos en una casa, ya no de ella sino de ninguno; y eran felices, se sentían únicos, pero la libertad muchas veces es enemiga de la sensación de sentirse especial, al igual que la justicia. Por lo tanto cuando ella ejercia su derecho de libertad, y traía a casa a sus amantes, se quebraba, él. Ella lo hacía con naturalidad, o ingenuidad, no por derecho o igualdad; sino porque le daba igual hacerlo, al igual que le daba igual que lo hiciera, él. Podríamos decir que ella era muy segura de sí misma y por eso no sentía celos o envidia, pero no era así; también, que ella era demasiado insegura y por eso no era capaz de sentirse especial y no podía darle, a él, esa sensación que anhelaba; lo cierto es que son hipótesis, obsesiones inútiles de buscar un significado que alivie el dolor del imbécil que creyó que era un buen camino ese de pensar la vida. El punto es que ella; era ella, era su ser, y nada podríamos hacer para cambiarla, ni un relato, si quiera. Y un poema, ni te cuento.

Para los amantes de las certezas, y de los relatos que desean contar algo que el lector no necesita saber, podemos decirle que las frustraciones, las de él, no cesaron, hasta el punto de que amó de todas las formas imposibles -porque de las posibles se puede amar cualquiera-, a Martha Carpe; anhelando, de ella, la de la utopía, aunque sea el odio: ese consuelo de los que buscan amor y reciben algo humillantemente insípido, algo que no buscan; algo respetuoso y que es chevere tener, pero sólo con quienes no te importan nada en absoluto.

Su táctica empezó dándole poesía, escribiendo para ella, Martha Carpe, poemas lo suficientemente malos para que ella, Martha, los mejorara y sintiera que hacían un equipo. No pensaba cometer el mismo error, él, de permitir que lo quisieran sin necesitarlo. Recorrieron giras fascinantes en donde ella, Martha Carpe, cantaba, y él, la presentaba, procurando ser lo suficientemente poco genial para no opacarla; pero no tanto como para no divertirse. Pero ella, la de la utopía, seguía su vida, y le dolía, a él, haberle dado todo y no haberle roto nada, ni un poquito, el corazón.

Sabemos de fuentes imaginariamente fiables, que él, le dijo, que lo sentía pero, que debía irse de la casa compartida. Porque él, se iba a vivir con Martha, a notesédecirdóndeperolejos, y que ella, la de la utopía, debería regresar con sus padres, golpe bajo y sucio: era un familia de mierda -Como ven, los poetas son unos hijos de la gran puta, que algunos llaman poesía-. Ustedes, amantes de la justicia y los relatos con un desenlace dulce y farsante, se preguntarán: por qué, ella, la de la utopía, no le dijo a uno de sus amantes, tantos, hombres como mujeres, que viviesen con ella. Pero resulta que, sólo los poetas hijos de la gran puta llamada poesía, son capaces de darlo todo, por poco; de dar hasta lo que no tienen, por nada -esa nada misteriosa que se parece a una hoja en blanco: terrorífica y fascinante, como una mujer que no conoces, como todo eso que hay afuera y empieza donde termina Dios: en todas partes.-; Y ella, la de la utopía, sabía que vivir sin un poeta era mucho más sano y agradable, y por eso, muchísimo menos interesante. Entonces, se fue, nadie supo a dónde o con quién.

Entonces, a las dos semanas, se metió a vivir con Martha Carpe en esa casa, luego de desahuciar, a ella, la de la utopía; no porque tuviese fe o esperanza de que la desgracia, por musical, fuese diferente; o porque desease heredar la tradición española de dejar sin casa a las personas, sino, por la moraleja del cuento: los poetas son malparidos, egoístas y miserables. Los poetas son dolor y dolorosos.

1) La sombra rechazada en la discoteca, era ella, la de la utopía.

2) Las discotecas eran mitad bar, mitad burdel barato: hay mitades más grandes que otras.

3) Martha, si te gustó la idea.

4) Otras formas de lectura: después del segundo párrafo, salte al último y suba como escalera. Si es de los que les gusta la historia lineal, o de los que ama el ejercicio y esas cosas.

5) Este texto es un ejercicio literario, soñé con Juan Carlos Onetti y me dio este cuento, su condición, que fuese de exclusivo uso para compartir con los amigos.

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