sábado, 16 de enero de 2016

El largo camino que lleva a una mirada.

¿Me animo o no me animo? Bueno, si estoy aquí significa que ya me animé. He empezado a hacer de la literatura y la vida una misma cosa, de la misma forma en que los niños y la imaginación son parte de la vida o la vida misma, y no un escape de ella, como pasan a ser los juegos cuando somos adultos, haciendo una notable diferencia todo el tiempo entre qué es juego y qué es realidad, que es, para el autor, como picar un queso en dos pedazos y decir que uno es leche y el otro queso.

El día de hoy empezó muy bien, desperté a las 7 am y me di cuenta de que no estaba solo, la verdad la primera sensación fue como llegar cansado a casa y darse cuenta de que no te puedes tirar en el sofá como la vida sedentaria manda sino que tienes que resolver problemas, que son la vida misma, pero como eres un idiota perezoso, los llamas problemas.

La gringa estaba ahí a mi lado, y quería asegurarme de que no estaba muerta, se veía demasiado hermosa como para estar viva (como pasa con los bebés y por eso uno quiere revisar a ver si están respirando), y empecé a llamarla por su nombre, no respondía, así que supe que estaba viva, porque sólo un vivo puede dormir tan tranquilo ante mi pésima pronunciación del inglés, un muerto se habría levantado y se hubiese puesto a darme clases, como pasa cada vez que me levanto en la mañana y amanezco junto a una hermosa mujer que está muerta.

Quería darle un beso y hacerle el amor, menos por ganas de hacerlo que por las ganas que tuve en la noche que no se consumaron porque tenía demasiado sueño, era una suerte de deber no cumplido: horrores de la mente que aún no termina de terminar de despertarse.

Pero tenía mal aliento, y ganas de orinar, y frío, así que no hice un coño.

Me era divertido volver a los sueños imaginando cómo sería si la Gringa Grincard gimiera como una vaca (sólo la China puede saber cómo gimen las vacas, pero lo que trato de decir es: "si gimiera de una forma en la que la China se reiría al escucharla"); o si roncara como una bestia, como seguramente hago yo. Lo cierto es que para poder reírse hay que haber sido primero un desgraciado.

He empezado a pensar que escribo estás cosas porque pasa mucho tiempo sólo, y cuando hablo con alguien la conversación es de la siguiente forma:

"Hola, Raga ¿cómo estás?" a lo que le siguen tres horas (en la época en que andaba de amante y amigo de Marina Marco, la intelectual de Murcia, eran dos horas, pero he ido empeorando.) de mis opiniones existenciales, literarias, poéticas y filosóficas cargadas de muchas anécdotas y un sentido del humor que sólo se parece a mí y a mis textos.

Lo cierto es que la Gringa Grincard tenía que irse a la iglesia y luego a trabajar (porque el vago aquí soy yo) y yo le pedía que se quedara, no sé bien porqué, ya que eran las 10:30 am y yo seguía teniendo demasiado frío como para orinar, cepillarme, besarla y cogermela; además de que tenía la regla, aunque honestamente creo que tenía razón acerca de que sería simplemente como la vez que las desvirgué, pero sin embargo me quedaban dudas y me prometí a mí mismo que iba a investigar al respecto para prevenir meter la pata (o el pene) en donde no debo. Lo cierto es que son las 6:15 pm y aún nada que investigo, ya saben que pasa con esas resoluciones que uno se hace antes de dormirse y apenas se despierta: pura pérdida de segundos preciosos de pereza y sueño.

Releyendo lo que llevo de cuento me doy cuenta de que escribo estás cosas para no perder mi lucidez, sin embargo tengo una lucidez bastante demencial.

La Gringa Grincard se fue y me levanté diciendo simplemente "Hola" y no "buenos días", primero porque me parece estúpido decir algo por pura costumbre como si realmente los demás pensaran que al decir eso deseo que tengan un buen día o peor aún, como quienes piensan que diciéndole eso a alguien su día va a ser bueno.

Por supuesto, como todo buen Gocho, el marido de mi madre tenía más costumbres que pensamientos en la cabeza así que respondió con un lúgubre: Buenos... (observando el reloj) tard... Oh, creo que ese reloj se averió; y se puso a acomodarlo mientras yo me reía de pensar que el pensaba que me importaba, mientras recordaba que había tenido varios sueños donde me despertaba pero terminaba apareciendo en otro sueño. Uno de los sueños, ahora que me viene a la mente, parece haber ocurrido en uno de los sitios adonde se dirige esta historia, es decir, a un sitio donde estuve hoy; es decir, que sería un sueño premonitorio; pero si algo he aprendido de los pensamientos con este oficio de escribir es que si hay algo en lo que uno no debe confiarse jamás es en la propia memoria y en los propios pensamientos, porque tienen la cualidad de no ser más que una ilusión, una vulgar imitación; y lo que realmente es, tiene la preciosa cualidad de nunca volver a ser eso que fue, por más que uno tenga la certeza de que se puede pasar dos veces por el mismo charco.

Lo que trato de decir es que seguramente el sueño no es lo que estoy recordando, lo que estoy recordando es una tonta imitación, como tratar de describir un sonido, un sabor, un olor, o la belleza. Pero voy a decirlo de todas formas porque los sueños tienen una extraña necesidad de ser calumniados, es decir, de ser expresados.

El sueño era despertar y no querer levantarme pero tener que hacerlo, luego estaba en el sitio que estuve luego ese día, pero que realmente no es (bla bla bla) y aparecía Robert De Niro.

Lo sé, no sé para que dije esta estupidez, tal vez para retarlos a ver si eran capaz de leerme hasta el final.

Salimos y me quedé observando el fuego, pensando en que tal vez cuando emprenda mi viaje por el mundo, un viaje lleno de tanta libertad como incomodidad y vicisitud pero también belleza; podría necesitar estas habilidades, así que mantuve encendido el fuego tratando inútilmente de no fantasear tanto con mi destino pero era inevitable así que prefería disfrutarlo y resolver mis adversidades ficticias, poniendo en practica todas las horas solitarias que llené de la sabiduría de los libros haciéndola mía.

Ya era hora de practicar para mi examen de manejo que tengo dentro de 11 días (es asombroso como puedo sentir que falta tan poco para que lleguen esos días pero llevo tanto tiempo escribiendo estás palabras; el tiempo es una ilusión, un capricho de la mente para dejar de ser mente y volverse dolor, miedo y mierda). Partimos, yo hice la oración, que era una burda copia barata de las lúcidas ideas que habían compuesto los instantes antes y después de meditar acerca del miedo mientras me duchaba (1).

1: Para saber de qué tipo de meditación hablo, acudir a Krishnamurti. Son como 19 horas de reflexiones para llegar a saber qué quiero decir con meditación, pero no voy a exigirles que lo hagan, pero por lo menos déjenlo como un misterio y no como algo que hayan conocido antes.

Era una burda imitación porque mientras pasan las horas tan llenas de soledad, mi silencio se vuelve de extraordinaria lucidez pero mi capacidad para volver ese silencio palabras, o lenguaje, o qué se yo, es insuficiente para transmitirlo.

Manejé chévere, pero aún me cuesta estacionarme en paralelo y me hice un ocho para cambiar de carriles (me confunde más hacer movimiento imaginando que hay coches, que realmente estando consciente de que ahí están).

Llegamos a la tienda, gracias a que ahora reflexiono menos de la vida y vivo más (mis horas de reflexión jamás cesan, ni han cesado, ni cesarán, es lo que soy, un pensador, pero por lo menos ahora mis reflexiones se unen a mi forma de vivir y no se quedan en un mero placer intelectual de ser más brillante que todo el mundo, especialmente más brillante que quienes tratan de derrotarme intelectualmente) mi padrastro y yo ya no somos enemigos, cuando converso con él trato de demostrarle que sus puntos de vista absurdos pueden tener mucho de cierto cuando los transformo en algo parecido a la lucidez, es decir, todo el mundo puede enseñarnos algo pero casi nadie puede aprender de otros porque casi nadie quiere aprender de sí mismo, que es la única forma real de aprender.

Veía los rostros de las personas...

Escribir cansa, iré a escuchar una de Silvio y regreso.

Veía los rostros de las personas, poder afrontar mi miedo de conducir y mi enemistad con mi padrastro, me hacía pensar que todo lo que nos hace daño somos nosotros y nuestra propia idiotez; recordaba que el día anterior una carajita ladillosa hija de los amigos de mi padrastro me metió un lepe -la diabla esa- y me arreché pero dije: si ya no te está doliendo ¿por qué vas a arrecharte? y pensaba en todas esas veces que nos golpeamos con un objeto y queremos golpear a ese objeto; en pocas palabras, la agresividad es un sinónimo de que tan estúpido es un ser humano.

Afrontar mis miedos me llenaba de confianza, y veía a todos a los ojos, creía entrever y sentir sus vidas en sus gestos, sus kilos, sus cuerpos, su lenguaje, todo era tan bello que terminé agotado. Le doy tanto de mí a cada ser humano que se cruza en mi camino que no puedo evitar sentirme agotado en sitios públicos luego de unos minutos, mi madre dice que debo superar eso porque seguro terminaré trabajando en un sitio así.

Toda está historia la hice para llegar a este punto: una mujer.

Desde que la vi me llamó la atención, pero de una forma simple, como te puede atraer cualquier par de nalgas hasta que entras en conciencia que tal vez pueden estar oliendo tremendamente mal en ese preciso momento.

Lo cierto es que cruzamos miradas, su mirada fue única, electrizante. No soy un tonto, sé que la sentí más yo que ella, porque el poeta e idiota soy yo; pero esa empleada de la tienda, con esas ojeras de joven adulto irresponsable, de haberse trasnochado puteando (2) tal vez con alguien en persona o tal vez con alguien por teléfono; ese rostro miserable, tan joven y decrépito, más allá de su piel, esos profundos ojos azules me hicieron sentir el mar y corrientes eléctricas que fácilmente hubiesen podido tirarme al piso si lo quisieran, pero fueron crueles, prefirieron dejarme caminar.

2: Del verbo ser-puta, Véase: Manual sobre cómo un ser humano puede ser denigrado totalmente por el simple hecho de haber nacido sin pene, Historia de la humanidad, volúmenes patriarcales desde el capitulo "Desde siempre" hasta el capitulo "¡reacciona ya, ignorante de mierda!".

Recorrí la tienda y al cruzarme entre un hombre y lo que veía, pensaba, ¿qué nos traspasa cuando nos cruzamos entre la mirada profunda de alguien y el objeto que mira? ¿esa mirada podrá pasar a través de nosotros?

No aguante más y me fui a donde habían ciertas revistas porque por ahí estaba la chica, nada interesante, entonces pensaba en qué pensaría ella si me ve leyendo esas cosas, o mejor, si ve mis enormes nalgas. Pero luego recordé que todo estaba en mí, y supe que era mejor sentir lo que sentía y no dejar de sentirlo por ganas de sentir más, o sea, por miedo de no sentir más.

Hojeaba un revista interesante pero estúpida acerca de supervivencia, recordaba mi viaje y mi destino de recorrer el mundo para darle algo, para agradecerle al mundo esta invitación a esta fiesta que significa estar vivo.

Y ella apareció...

Me siento ridículo escribiendo de esta forma, pero si hubiesen sentido esa mirada sabrían que hay cosas que no puede expresarse sino corriendo el riesgo de ser ridículo, sino pregúntenle al Che.

La vi, no tenía piernas, no tenía culo (me refiero a que no eran piernas y culos sensuales, por si sale un graciosito imbécil de esos tantos que componen mi diminuto circulo de lectores, a decir: ¿tenía nada más la mitad del cuerpo? JI JI JI, imagina esa risa como remedarías la risa de alguien a quien quieres patearle el culo) y tampoco tetas; y al observar la forma de su cabeza que se veía enorme como la de un feto debido al contraste de su insignificante cuerpo con su colosal cráneo, no podía evitar pensar que no era hermosa, pero que me gustaba porque sólo yo era capaz de escuchar el grito ardiente de esos ojos.

Seguí leyendo y por casualidad quite la mirada y ella venía de regreso, cuando pasó la primera vez me vio con el rabo del ojo, por eso asumí que no tenía interés en que yo supiera que ella sabía del influjo que en mi tuvieron sus azules ojos. De regreso estaba distraída, y fue sólo esa distracción la que le hizo olvidarse de que tenía que no olvidarse que debía no verme, y como por pura inercia cruzamos miradas otra vez, como si nunca antes nos hubiéramos mirado, todo era nuevo, no era el mismo, era otro fuego, y supe en ese instante que no podríamos vivir sin tenernos el uno al otro, que era necesario tener una vida juntos, una constante muerte juntos, esa incesante belleza para siempre, que vivir sin esa mirada era un suicido; y también supe que nos haríamos nada el uno al otro para vernos, que probablemente nuestra vida sería eso, un simple cruce de miradas, como quien regresa del mar sin sospechar que jamás volverá a él porque las causas y azares lo vienen cercando.

Qué inevitable fuerza será esa que nos hace abstenernos de hacer realidad los sueños, y que cuando no nos abstenemos, y los conseguimos, ya no son nuestros sueños. Uno siempre anhela lo que no es ni será, si puede ser, ya no es lo que anhelas; y si es, ya no es lo que anhelas. Porque uno anhela para sufrir, no para poseer el objeto de tus deseos y penas, sino para sufrirlo intensamente.

Volví a verla cuando nos estábamos yendo, no sé si ella quiso verme, no creo, a pesar de que se le nota lo puta, no me parece que sea tan importante para ella. Desde que vivía en Venezuela tenía poca confianza en mí mismo, o más bien, poco ego para seducir a las mujeres; ahora en Gringolandia es peor porque me sé latino y me siento inferior. Pero creo que no soy latino, soy pan, soy más, soy vida. Y sí, tal vez esa mujer lo sabe en mi mirada, tal vez mi mirada puede ser incluso más bella que lo que mi mirada recibe al observar. Tal vez ella me ama, con esa forma de amar que precede siempre al concepto de amor, y que es la única forma de amor verdadera. Pero no le dije nada, ni ella a mí, y jamás volveremos a vernos. O puede que sí. O puede que escribir sea algo que está mucho más allá del puede que no y el puede que sí. Y ella, ella está aquí.

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