sábado, 4 de junio de 2016

El tambor de hojalata, Günter Grass

¿Por qué nuestro pasado se vuelve tan fascinante con el paso del tiempo? ¿Por qué la niñez parece ofrecer un refugio que a ciencia cierta nunca vimos como tal, sino hasta haberlo perdido? Esta novela narrada en primera persona y con aire de autobiografía nos hace ceder ante esa sensibilidad del infante, todos somos Oskar Mazerath, o por lo menos lo fuimos, y tal vez en la literatura, haber sido es la única forma de ser.

Una novela larga, hecha amena con un delicioso sentido del humor; una creatividad contagiosa para el lector; y a la vez, para el ser humano con conciencia histórica, ofrece un golpe de sensibilidad muy profundo. Oskar no pasa por la historia directamente, la historia se mete en Oskar, y él la rechaza, pero ocurre, y nos la cuenta, y duele, y sólo su delicioso sentido del humor nos puede hacer resistirlo.

Lo mejor de un libro es cuando se lee, se vive, sin expectativas. Las expectativas producen un placer muy pobre, muy efímero, muy siempre insatisfecho. El mejor contacto que uno puede tener con un libro o con la vida misma, es el contacto directo, y por eso, este texto no pretende prometer nada a quien emprenda la bella aventura del Tambor de hojalata.

Todos buscamos seguridad en algo, en un pensamiento, en una imagen, en una creencia. Es decir, siempre buscamos seguridad en cosas que no la tienen; quizá por eso imaginamos, imaginamos para ir más allá de lo posible, y simplemente conseguimos decepción, porque pensar que se va más allá del pensamiento es también un pensamiento. Oskar es un niño, un niño que sufre, y que lo único que quiere es abrigo. Un niño que es niño por convicción y no porque sea un niño sin saber que lo es, como la flor que desconoce sus colores.

Hay algo que cada uno de nosotros descubre en sí mismo al leer, al tener un verdadero encuentro con un libro. En mi caso, con Oskar Mazerath, descubrí la fatalidad de perderme en las delicias de la niñez, de buscar un escape de la realidad en los recuerdos, en sentirme identificado con mi pasado para tener algo a lo que aferrarme en el futuro.

La belleza de Oskar no es inocente, la belleza de Oskar te parte en muchos pedazos, como si fueras un cristal, víctima de su voz.

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