miércoles, 20 de junio de 2018

Primavera en Fialta (no apto para poetas)

(Este texto es inspirado en un personaje de un relato de Nabovok el cuál lleva por nombre el título del relato, se le agradece a las personas que han mantenido en algún momento relaciones sexuales con el autor, no sentirse aludidas, y de hacerlo, por esa necesidad incontrolable de odiarle por todos los poemas de amor que ha escrito y no son para usted, se le agradece expresar ese odio a alguien que le interese, el autor no está incluído en ese grupo.

Gracias, el poeta.)



Y es que acaso crees que me voy a casar contigo, zorra. Pensaba él mientras veía su cuerpo en los instantes de repulsión naciente luego de la satisfación del sexo. Repudiaba ese cuerpo con un odio tan intenso como el deseo que horas antes lo perturbaba haciéndole sentir que de no alcanzarlo su vida sería miseria absoluta o muerte de sed. Pero no, no odiaba su cuerpo, esos rincones provocativos que fueron momentos antes la saciedad de todos sus apetitos, tampoco odiaba esa realidad de su papada, esos kilos de más ni aquellos lugares excesivamente delgados que eran como un gancho en el estómago para la imagen que tenía de ella, aquella que aparecía en su mente cuando la recordaba o cuando quería tenerla de nuevo.

No, su odio era ante el deseo, el deseo ingrato, que promete el abandono total de nosotros mismos sólo para devolvernos a esa existencia, a esa constante frustración de ser. Y lo peor del deseo es cuando no se realiza, porque cuando un deseo no se cumple es como si no se cumpliera ninguno, y todo es sombras, y dolor, y muerte de sed.

Y así estaban juntos, él sentía su aroma, ya no eres tan zorra, ya deja de desear saber qué pienso o qué siento, pienso que te necesito y que no te soporto, pero eso no lo diré, diré que te amo, porque quiero otro encuentro, aunque en cada uno vaya perdiendo más el sabor, aunque tu imagen cada vez dé menos placer, pero todavía queda algo, unos cuentos goces más, no te voy a durar toda la vida, pero por lo menos me quedan ganas de un poquito más, no es tu culpa, cariño, tú no me sembraste la sed, te lo agradezco, por zorra y por no zorra, por mía y por tuya, ahora sí, levantate, lávate, ¿qué te parece si desapareces? Y sólo así empezaré a estar realmente contigo, o por lo menos que el fantasma de ti, que es lo único que me hace sentir que todavía me importas.

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