jueves, 1 de febrero de 2018

Un dolor verde

La mente y el cerebro no son la misma cosa, y esto lo sabe muy poca gente, tal vez porque a muy poca gente le importa.

Ella despertó con un terror de otro mundo, de otros tiempos, con ese miedo que nos asecha en sueños, que no es un miedo nuestro sino el miedo humano, acestralmente aterrador, que nos persigue, que nace de adentro, como el pánico de estar sumergido demasiado tempo en el agua o del niño que es arrastrado por una ola y se siente por primera vez vulnerable.

"Muy bien, eso es para que aprendas a que no te debes quedar dormida sin mí", le decía él, y ella sonreía como si sus palabras fuesen las manitos de un cronopio pintando su caparazón.

Ella le daba la razón.

"Ahora bien", continuaba el joven anciano; apodo que había adquirido cariñosamente por ser alguien tan sabio y tan joven al mismo tiempo, una suerte de mente milenaria que aparecía reencarnando en cada vida para dejar un mensaje en la tierra.

"Ahora bien, es momento de que tomes una ducha, apestas como un caballo." Y ella sonreía ante la que a simple vista parecía una incoherencia, "tantas cosas apestan, ¿por qué un caballo? ¿Será por qué le gustan?" Y se había sumergido en uno de sus meditativos silencios mientras este la levantaba como si esa fuerza que ejercía sobre el cuerpo de ella fuese la respuesta.

"Por supuesto", pensaba ella, "lo dice para distraerme y que no me incomode tanto que él deba tomarse estas molestias por mí". Y entonces su sonrisa era como triste y sin edad, como quien puede estar libre de la sociedad al comprender su miseria y su belleza.

Él sentía en sus brazos un dolor verde, sus fuertea músculos temblaban, temblaban de amor, como aquella noche de octubre en donde por primera vez sus cuerpo se hicieron uno.

"Así te cargaré cuando nos casemos", resumía el joven, cada vez que él hablaba de matrimonio o de hijos era como una forma de jugar con los
miedos de ella, siempre temerosa al compromiso por ese pánico a decepcionar a las personas, algo que era constante en su vida desde los inicios. Pero ahora era distinto, con él todo era distinto, nada parecía estar mal o bien, todo tenía un toque diferente, como si antes de él no hubiese mundo, nada con qué compararlo, y al mismo tiempo tampoco parecían sus acciones tener consecuencias a futuro, era como si él pudiese desaparecer cualquier día y para siempre, y sin embargo, a la vez te daba una seguridad que no se hallaba en ninguna promesa o compromiso.

Ella en ese instante se encontró sorprendida por un momento de lucidez, o tal vez un delirio de su recuperación, y dijo en un tono como de ebriedad: "Debiste haber sufrido mucho, para que puedas ser tan hermoso.", y trató de explicarle de dónde había sacado esa conclusión, pero cuando buscó en su mente no encontró nada. Pensaba que tal vez está sabiduría provenía de una película o un libro, y sentía frustración al temer que este espacio negro en su mente se deba a que su cerebro nunca sería el mismo y estaría condenada al resto de su vida a esta forma de operar que ella sentía como ineptitud.

Pero la sonrisa de él apareció como aparece la noche borrando sombras, y la besó suavemente en los labios, y le dijo que la amaba.

Y ella lo sintió tan hondo, y fueron tan felices en esos silencios de colores.

No alcanza literatura para describir la ternura con la que él limpió su cuerpo, sus manos torpes pero delicadas, ella sentió por un breve instante que por primera vez en todo este proceso le gustaba estar en esta condición, y luego no tardó en odiarse a sí misma por pensar esto unos pocos instantes después.

La secó, la llevó a la cama, y sus caricias y besos llenaban su cuerpo de canciones. Y ella entendía al tenerlo a su lado por quien había decidido vivir. "Esto no se trata de mí", pensó, "se trata de la mujer que nació en mí desde que estoy contigo."; entonces lo miro con ternura y luego se imaginó en tercera persona y no pudo evitar pensar en lo horrible que se veía, sintiendo una enorme vergüenza ante esos bellos ojos y un incomprensible deseo de estar sola bastante parecido al temor a dejar de ser amado.

Pero él sostuvo su rostro entre sus blancas manos sanadoras, y le dijo que nunca se iría, con una confianza que le hizo sentir a ella que este era el momento más feliz de su vida.

Y esta vez no se arrepintió ni por un instante de haberlo pensado.

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