domingo, 29 de abril de 2018

La princesa del óxido

La palabra óxido me llevó de pronto a un lugar, era la parte trasera del colegio Cristobal Benitez, en la Urbanización Girardot, en Maracay. En ese entonces los liceistas tenían la irreverente tradición de ponerle nombres ofensivos y vulgares a los colegios, inspirados en las dos primeras iniciales de su nombre. Como las iniciales del Cristonal Benitez eran CB, el colegio pasaría a ser reconocido por todos como el Coge Burra, haciendo alusión así a los hombres del campo que practicaban la zoofilia, actividad asociada en todo el país con la ignorancia y que es objeto de burla por las personas de la ciudad, y fuente de inspiración poética para la tradición oral del campo.

Justo detrás del Coge Burra se hallaban unas pocas barras para hacer ejercicio, mi padre era el mejor de toda la urbanización, sabía incluso hacerlas de cabeza, y por ese entonces me compartió todos sus conocimientos, lo que me convertía así en objeto de envidia y admiración para otros chicos.

Ya sea por ironía del destino o estrategia de Marketing, justo al lado del único lugar medianamente decente para ejercitarse en la urbanización, se hallaba un famoso puesto de perros calientes llamado "El Draculin", manejado por Edgar Drácula, eran perros famosos, reconocidos por su buen sabor y sus escandalosos precios, además de que la gente encontraba paradójico que una persona que gastase dinero en los productos más caros del mercado para hacer los mejores y más costosos perros calientes, fuese chavista y dijese que todos los ricos eran malos. Pero este es un país en donde las contradicciones son parte del pan -o tal vez del perro- de cada día.

Verla pasar era lo único más tentador que el aroma de los perros calientes a la hora de hacer ejercicio, era mayor que todos nosotros, y por eso estabamos a salvo de la realidad y nos refugiabamos en sueños, cada uno la soñaba a su forma, perdía la virginidad con ella a su manera, la hacía su esposa soñada, su nombre era Génesis, el principio del final de todas las cosas.

El aroma del oxido era fuerte, se quedaba en tus manos; el aroma grasiento de los perros de Edgar era fuerte, se quedaba en tu ropa; pero el aroma de Génesis era suave, y se te quedaba en el alma.

Los perros de Edgar eran enormes, las personas los rellenaban con todo tipo de cosas, hasta un punto en el que el perro se convertía en un recipiente que contenía todo un plato distinto que muy pocas personas en cualquier otro lugar del planeta asociarían con perros calientes. Edgar le daba a cada cliente una cuchara barata y un tenedor, y mientras ofrecía un vaso diminuto de refresco, sonreía con la sonrisa perversa de quien sabe que te está sacando un ojo de la cara.

A veces Génesis iba a comer, y el mundo se detenía, daba dos vueltas caminando para ejercitarse y compartir, tal vez en un acto de compasión, su hermoso culo a través de las ventanas del alma de todos en la urbanización. Y terminaba su rutina de ejercicio con un buen perro caliente.

Edgar Drácula sonreía con sus dientes de murciélago a través de su cara de años de descuido, y le incluía un verde "preciosa" a su sonrisa de éxtasis al saber que incluso a la más hermosa del lugar iba a sacarle un ojo de la cara.

Génesis se refugiaba en una timidez disfrazada de odio y arrogancia, a veces sonreía y nos mostraba esos dientes de castor que la hacían más humana y más perfecta, y unos hermosos hoyos en sus mejillas en los que te cabía la vida.

Luego se levantaba y en la espalda baja tenía un par de hoyos deliciosos que nos hacían gemir y comernos el perro caliente con más ansiedad, y luego de verla irse como si no fuese nunca a volver, no nos quedaba más remedio que burlarnos de Robert Tremaria por pagar tanto por un maldito perro caliente para que al final le terminara echando nada más que salsa y mayonesa, lo cuál le daba a la sonrisa de Edgar un grado incluso superior de perversión. Robert era tan pendejo que hasta quienes se aprovechaban de él llegaban a quererlo.

Hace poco supe de Génesis, ya no es ni la sombra de la princesa que fue, está oxidada, casada, con hijos y en una de tantas cárceles religiosas. Pero me resulta asombroso a todos los lugares a donde te puede llevar una palabra.

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