lunes, 9 de julio de 2018

Ficciones, Cartas a mi hijo #3

Miento todo el tiempo, hijo. Y lo hago sin razón, sólo porque me gusta cómo quedan mis mentiras. Detrás de ellas no hay nada, pero ellas son hermosas porque sí, y a eso la gente le llama ficción, sólo porque me las digo a mí mismo y dejo que las escuchen. Y cuando eres un genio al mentir, le llaman literatura a tus mentiras, eso ocurre cuando mientes tan bien que se siente verdad.

Tú eres una mentira, hijo, y todo lo que escribo y lo que soy también lo es, nací con unas enormes pestañas y una capacidad para ir hasta el fondo de las cosas que nadie podrá enseñarte, pero siento eso, sabes, que estoy en un mundo de mentiras en donde todos las creen menos yo, yo las invento y las suelto y sigo de largo.

Vengo de hacer el amor a una mujer preciosa que conocí en la panadería La celeste, bajando el puente que une a la Urbanización Girardot con el barrio Piñonal, justo al frente del prescolar donde estudié. Pero estas cosas no existen, sabes, ocurrieron en un lugar llamado Venezuela que no es más que una condensación adulterada de mis recuerdos.

Pero la mujer imaginaria se siente tan hermosa, ojalá algún día tengas a una mujer así durmiendo a tu lado en la cama. Le dije que no se mueva mientras escribo esto, y la miro de vez en cuando cuando suelto la pluma y siento un electrizante rayo cuando cruzamos miradas y ella aparta la suya. Le pregunté cómo se sentía luego de hacerla mía, y me dijo que nunca se había sentido mejor en su vida. Oh, hijo, ojalá algún día tus ojos sean tan hermosos como sus senos y tu sonrisa tan bella como sus ojos.

Se siente tan bien, hijo, ser tu padre se siente de maravilla, tu padre es asombroso, no dejes que nadie te cuente lo contrario; siempre, siempre créele a la literatura, aunque mejor no le creas a nadie, y escribe tus propias historias, pero sin creértelas demasiado.

Te quiere, tu papito.

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