viernes, 16 de octubre de 2015

Carlos, Juan Carlos. Cuentos infantiles venezolanos.

                                                                          A veces, necesitamos estar internados en un hospital
                                                            para darnos cuenta, que teníamos una vida profundamente enferma.

                                                       Victor Hugo Raga, Diario póstumo encontrado en el manicomio. 1984.

Iba llegando a mi casa, cansado, y de pronto se me apareció ese maldito negro con su cara de mierda de mono pegándome un susto del demonio. Me apuntó con una pistola y debió amenazarme con quitarme la vida, no lo escuchaba, pero sabía lo que me decía, en todos estos casos siempre se dice lo mismo. Qué se puede hacer, escucharlo o no escucharlo no iba a hacer diferencia alguna. Mientras se llevaba el carro y sentía la pesadez que se siente cuando se incendia tu casa, tu pasado y tu memoria sin nada que hacerle, me apuntaba con una pistola de la misma forma que debía hondear la bandera de Chavez en campañas electorales; no todos los chavistas son malandros pero es evidente que todos los malandros son chavistas; cuando están del lado de la oposición, no se les llama malandros, se les llama banqueros y empresarios. Al mismo tiempo, abría su boca como un pájaro esperando que la máma le meta la mierda en la boca, qué cara de chimpancé tiene ese hombre; me estaba memorizando su rostro y lo veía fijamente, me quería aprender de memoria su rostro: siempre que te asustas cuando un malandro te roba, el rostro del malandro se pierde en tu memoria como los rostros fantasmagóricos de los sueños. El maldito tenía trenzas asquerosas que parecían gusanos, quizá por eso su boca de mandril con rabia se me parecía a la de un pájaro recién nacido. El maldito negro me amenazaba diciéndome que me fuera o me disparaba. Imaginé su bala entrando en mi brazo y sintiendo dolor pero no miedo, o dándome en la rodilla jodiéndome para siempre la existencia. No me daba miedo, me daba arrechera. Siempre matan en los atracos a los que tienen miedo, pues siempre hacen lo mismo: tratan de huir o de luchar sin oportunidad alguna. El maldito odiaba que lo mirara fijamente con un odio profundo a pesar de que no lo conocía, y tampoco lo sentía, pero imaginar lo que se sentía estar en su posición y poder quitarme las cosas pero no quebrantarme la dignidad, debía ser frustrante para él. Idiota, pensé, podrás matarme por valiente pero no vas a matarme por cobarde, vamos, dispara, si disparas sin que yo te haga nada, habré ganado, aunque me mates; me tendrás en tus pesadillas como el tipo que jamás doblegaste. Esos malditos deben sentir más placer en humillar a las personas que en robarles, es la ilusión del poder, todos los pobres diablos ceden ante ella. Basta escuchar las canciones de regetón o vallenato. Puros pobres con suerte y con dinero, pero pobres y miserables al fin. Le dan gracias y gracias a Dios porque saben que nadie tan patético merece tanta suerte. El tipo se fue más enojado que yo, sonreí, había ganado hasta perdiendo todas mis cosas.

La oscuridad esconde más cosas de nosotros que de ella misma, es un espejo que refleja lo que el sol nos esconde. Solamente un espíritu muy grande o demasiado pequeño puede sentirse solo en la oscuridad. Los cobardes, los mediocres, siempre tienen oscuridades habitadas por los demonios que no se atreven a ver fijamente a los ojos en plena luz del día.

                                                                          Victor Hugo Raga, Reflexiones sobre las estrellas. 1951.

Logré localizarlo, en Venezuela todos tienen precio, y yo tengo dólares. Esas horas de mierda en 5 below valieron de algo. Me disfracé de anciana en silla de ruedas y llegué a su casa, donde el muy cabrón se encontraba bebiendo con su familia; tuve suerte, parecía a punto de arrancar en su moto, debía ser suya y no robada, porque era moto de pobre, valores sentimentales, ya saben, esas cosas intrínsecas en los imbéciles.
Saqué la metralleta y maté a todos los del círculo y a él le di en ambas rótulas y codos. Nadie podía huir ni salir de la calle. Estaban trancadas por los policías. En este país, lo único más barato que las balas son los policías. Sujeté al mono asqueroso de sus trenzas, lo recuerdo y me da náusea. Lo amarré, el mono suplicaba, odio cuando suplican, son los gajes de este oficio. Maté a su abuela, a su hermana y a los tres hijos de la hermana: uno de 9, otro de 7 y uno de 2 meses, todos de maridos diferentes, me imagino. En la cabeza, a todos, frente a sus ojos. Cuando maté a la vieja suplicó; a la hermana, gritó de furia e impotencia; al primero de los carajitos, el perro ese empezó a ladrar y le reventé el hocico, pero no lo maté, me encanta el sonido de los perros cuando chillan porque les he disparado, se lo merecen por jala bolas. Al pobre le dolió más el disparo del perro que el del carajito, por eso lo reventé a plomo. Qué delicia. Debo decir que ya aquí no usaba una metralleta, estas cosas son para gozárselas. Las haría de a gratis, si hubiese religión que me prometa un paraíso donde pueda hacer sufrir a gente eternamente, me meto, sin duda. Bueno, ya existe, se llama dinero, pero me aburren los negocios, soy de los que ama ensuciarse las manos.
A los otros dos, el pobre creo que no los quería pero lo hice llorar, cuando lloran es la mejor parte, significa que ya son todos tuyos. Le mostré los vídeos de cómo maté a todos sus seres queridos, unos por uno, cada vez lloraba más. Debería ser director de cine, lo confieso: los puse a todos por orden de apego. Me gustaría decir que de esa forma le daba una liberación, un nirvana y tal, pero no, sólo le reventaba el alma al pobre diablo. Me suplicaba a gritos que lo matara; Oh, pobre diablo, no vas a morir, le dije; tú eres un pequeño insecto, tú matas por poder y por dinero y dices que es por necesidad, sí, claro, mira cómo tienes esta casa, necesidad, odio a los que se tienen lástima a sí mismos pero odio más a los que se tienen lástima a sí mismos cagando en inodoros de oro. Yo no soy como tú -Dijo Carlos, Juan Carlos, mientras se le dibuja en el rostro la sonrisa más hermosa que jamás he visto- yo mato porque me encanta el sonido de los espíritus al quebrarse. No morirás, mono de mierda, no morirás. Me gustaría poder arrancarte la cabeza sin que te mueras, para llevarte conmigo a todos lados y veas todas las cosas hermosas que hago...

No hay comentarios:

Publicar un comentario