lunes, 12 de enero de 2015

31 Chiqui y yo hicimos el amor.

Ese día falte a clases, fui hasta el pueblo vecino a buscarla. Se bajó del transporte hecha mierda, con cara de que no había dormido la noche anterior. Jamás la había visto tan fea, supe que probablemente no haríamos el amor pero igual me pareció tierna verla así, tan sencilla. Fuimos juntos y me tomó de la mano, me dio igual que nos vieran, sentir su mano junto a la mía valía más que cualquier paraíso. Tomamos un bus y al sentarnos ella empezó a besarme como si mis besos fuesen su hogar, se acostó a ver la ventana y la sentí ensimismada. El camino de Guacara hasta mi pueblo está lleno a los costados de mucha vegetación. Ella interrumpió aquello que parecía una depresión y me preguntó con su tono de humor precioso: ¿A qué tipo de selva me llevas? Luego de tener durante varios segundos su ceño fruncido como si ensayase una línea de teatro, sonrió como diciendo: llévame a donde quieras.

Llegamos a casa y le hice almuerzo, no quiso comer y me enojó. Luego comprendí que si la obligaba iba a vomitar, la dejé. Cuando entramos a la habitación, le quité la ropa y su ropa interior era hermosa, besaba sus labios y sostenía sus senos para no dejar que le quitase la ropa. Sus miradas sensuales ahora eran de miedo y quizá terror. La besaba y ella no me devolvía el beso, sólo me mordía, con una fuerza muy intensa. Como si quisiera darme dolor y no placer. Dejó quitarse el corpiño y estaba para mí, sus senos eran redondos como dos pupilas, sus pesones cafés y resaltaban muy bien en su piel blanca. Se sentían muy bien en mi lengua, era como pasarle la lengua a un cuchillo. Bajé a su sexo y no me dejó. Subí a su cuello y mis manos bajaron por su sexo, mientras le acariciaba dentro de su ropa interior, le decía al oído cuánto y desde cuándo la había querido tener así. Me miró con un odio tenaz mientras se retorcía de placer. Sujetó mi mano para detenerla, y con la suya apretó mi pene y dijo con una voz llena de seguridad como si fuese agua de una cascada: Lo que quiero que me metas es ésto. No los dedos.

Estuve perplejo, intenté hacer tiempo, estaba tan excitado por lo que dijo, que sabía que si se lo metía de una vez: iba a acabar antes de que se lo metiera todo. Para hacer tiempo pregunté: pensé que no querías. Ella respondió ¿Si he dejado que beses mis senos no crees que puedo dejar que me hagas lo que te de la gana? Cada vez que decía algo sucio lo hacía con una voz llena de ternura. Me coloqué el preservativo, y estaba sobre ella, la besaba, la sentía, su piel, sus senos. Ella no dejaba de morderme duro, eso me irritaba pero me ayudaba a no acabar porque estaba muy excitado. Besaba sus senos, el olor de su sudor me hacía sentir que le hacía el amor a una diosa de del desierto, era un sudor seco, perfumado, que incrementaba mis deseos en cada empujón que le metía dentro de la piel. Debí sacar mi pene para no correrme, bajé y besé su sexo. El olor de su sexo era muy fuerte, pero no desagradable. Me gustaba. La hice acabar con mis dedos y mi lengua, eso pareció enfurecerla. Luego le di la vuelta, estaba en cuatro, su trasero era perfecto. Lo penetré con salvaje demencia, fue un éxtasis total. Acabé, y, cuando lo saqué, dejé caer toda la leche de el condón en sus nalgas. Su rostro fue como si le cagace una paloma.

Estabamos abrazados, mientras yo sentía su olor, ella me contaba cómo era antes de ser cristiana. Había estado en drogas, había sido lesbiana para hacer sufrir a sus padres, había besado a Jenni la de los senos inolvidables (le insinué hacer un trío con ella y me dijo que ni en mis sueños) y una vez la violaron en un crucero. Cuando me lo dijo empezó a llorar como pidiendo que la perdone por haberme engañado y no haberme dicho a qué me había llevado a la cama. Sonriendo le dije que estaba feliz, porque ya podía decir sin miedo a equivocarme, que habíamos hecho el amor. Nos abrazamos profundamente y le pregunté si quería hacer el amor de nuevo. Ella se sonrojo con ternura, tal vez pensando que lo decía para demostrar que no había dejado de quererla por su historia, y me dijo que era el mejor hombre del mundo.

Pero yo de verdad tenía ganas de hacerlo de nuevo.

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