Fuimos de viaje a la playa de Cata con mi padre, mi prima hermana, mi primo el Negro, unas sobrinas de la mujer de mi papá, y a último momento invitamos a la Malandra. El viaje fue un fastidio porque la Malandra no hacía más que pedirme cosas, regalos, etc. La segunda noche me dijo que debíamos terminar porque le parezco muy infantil. Mi prima se hizo amiga de ella y logró sacarle la información de que le gustaba otro chico, un tal Yonaikel.
Todo el grupo se encontraba dividido, Mis primos y yo, la Malandra aislada, y las sobrinas de mi madrastra: Victoria, una chica muy graciosa y amigable, y Chury, un pequeño monstruo que jamás se está quieto. Se podría decir que nadie se soportaba. Cuando nos disponíamos a dormir las luces se apagaron. Salimos todos y hacía una brisa enorme, las sillas que se encontraban alrededor de la piscina empezaron a bailar en circulos: ¡Era un huracán! Intentamos regresar a la habitación, todos se metieron y cerraron la puerta dejándonos a Victoria y a mí afuera: llegamos tarde porque somos los dos gordos del grupo; y por lo tanto, los más lentos.
¿Qué hacemos? Preguntó ella como quien suplica por su vida.
La tomé de la mano, nada me llenó tanto de coraje como su espantoso llanto: debía callarla, escucharla era peor que morir. Fui por la ventana de la habitación, que estaba en dirección opuesta a la puerta, y los dos saltamos como ballenas voladoras o hipopótamos con alas y caímos, afortunadamente, en una cama que no tengo idea cómo logró resistir el peso. Dentro de la habitación todos gritaron aterrados y casi llorando. Cogieron la pizza y nos la empezaron a lanzar como si fuesemos demonios en busca de sus almas. Gritaban lloraban y los trozos de pizza iban disparados en todas las direcciones de la habitación de hotel. Sin darnos cuenta todos atacabamos a todos habiendo olvidado la crisis. Teníamos tanto miedo que olvidamos a qué le temíamos. Cuando el Negro pisó (¿o pizzó?) una cáscara de pizza que estaba en todo el medio, y se calló de culo, y se puso a llorar, simultáneamente todos reímos y se nos olvidó el huracán, la guerra y la enemistad entre nosotros: los negros siempre sacrificándose por la humanidad.
Salimos y afuera no había huracán ni nada ¿Lo habríamos soñado, o inventado para tener una excusa y poder ser amigos? El resto de la noche fue una fiesta. Y al terminar, cuando todos dormían, me pasé a la cama de la Malandra y la toqué en el clítoris hasta que tuvo un orgasmo. Le dije que hicieramos el amor y me preguntó que si yo sólo la quería para eso, dijo que por eso quería terminar conmigo. Para callarla la acaricié de nuevo, y acabó de nuevo. Cuando le dije otra vez para hacer el amor me dijo que tenía sueño ¡Maldita sea!
Al día siguiente la dejamos en una plaza cerca de su casa. No supe más de ella, ni quise saberlo tampoco.
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