La Obrera y yo salimos por primera vez. Nos citamos en una Arepera. Mientras la esperaba me tomaba una chica, quise comerme una arepa reina pepiada, o sino una de mondongo, o una de queso e'mano, y así sucesivamente con todos los sabores. Pero luego pensé que tal vez tendría sexo hoy y preferí desistir.
La Obrera llegó y estaba muy sencilla, la vi cruzar la pasarela y a medida en que se iba a cercando pensaba: Vaya no la recordaba tan alta. Me sentí insignificante cuando estaba junto a mí, apenas le llego a los hombros. La salude con un beso en la mejilla, su mejilla era la de alguien que pasaba trabajo y la mía la de alguien que dormía mucho. Su rostro no es nada delicado, sus labios eran los de alguien que acaba de llegar del desierto, o peor, de Maracaibo.
Nos montamos en mi coche y luego de pasar el peaje de la Cabrera, un policía nos detuvo: ella no llevaba el cinturón. Me leyó la plantilla de siempre, que debía remolcarme el carro, que lo iba a perder, y bla, bla, bla. Hice lo que haría cualquiera con dos dedos de frente: Le adulé, le dije que entiendo su posición, que su trabajo es arduo y muy poco remunerado. El maldito sonreía, y yo con cinismo procedía a ofrecerle dinero. Le di un tercio de mi salario, tampoco gano mucho.
Ella me pidió disculpas, estaba avergonzada. Yo sonreí y le dije que no se preocupe. Por dentro pensé: más te vale que folles como una diabla. Cuando llegamos compré una botella de ron y una de cocacola, bien grande para no tener que salir de la casa. Bebimos y hablamos de todo, lo que más me preocupaba era que no fuese buscada por la policía o algo por el estilo. Tiene un hijo pero sus padres lo cuidan, porque ella es una loca.
Luego de tener varias copas, me dijo que el trabajo en la fábrica era muy duro. En todo momento le aclaré que yo ganaba poco, para evitar malos entendidos. Y no era mentira, ella ganaba más pero yo tenía menos gastos. Le ofrecí un masaje, luego de un rato aceptó. La llevé a mi habitación y se quedó en ropa interior. Su piel era blanca y muy suave. Su ropa interior combinaba así que supe que iba a ser mi noche. Casi se queda dormida con el masaje, la pendeja esa. Le di un beso y sentí sus desérticos labios. Sin que yo le preguntase me dijo que yo era apenas el segundo y que pensaba que íbamos muy rápido. Yo sonreí y pensé: éso lo dicen todas las putas. Seguí besandola hasta su sexo, me pidió que apagara la luces ¿Tendrá un pene? Pensé. Pero tenía un hermoso y delicioso clítoris rasurado. Luego de que se corrió, la penetré y se lo hice salvajemente. En medio de la penetración encendí la luz porque me gusta verme en el espejo cuando la meto bien duro y rápido. Vi su tatuaje, estaba precioso. Vi su cara, apagué la luz. A los quince minutos la besé, era la primera vez que lo hacía sin condón y se sentía riquísimo. Ella besaba mi pecho y yo la empujaba con mis manos hasta mi sexo y ella nada que bajaba. Al final fui cortés y le pregunte si por favor podía chupar mi verga. Ella dijo que apenas es la primera vez, yo le recordé que ya yo le había lamido su vagina, procedió. Esa noche lo hicimos seis veces, cada vez que me dormía sentía sus nalgas junto a mí: ¡y vente que te doy!
Esa aventura incremento mi lívido, las siguientes semanas tenía encuentros olímpicos con la Chama, me excitaba de sobre manera follarme a la Chama y pensar que en esa misma cama me había follado a otra igual de bien. Me sentí Dios, todo poderoso, y ellas, mis ángeles.
Al otro día le hice el desayuno, nos fuimos y no quiso ducharse. La dejé en la estación de autobuses y pensé: allá va un ángel lleno de leche.
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