Angélica, Barranquilla.
Era un tipo muy raro, me molestaba un poco que no se tomara a Dios en serio, la verdad. Pero creo que en el fondo de su corazón él debía creer en Dios. Dios es todo poderoso.
Con respecto a literatura, no me quejo. Pero el era demasiado abstracción. Carecía mucho de técnica y yo intentaba corregirlo. Casi siempre que intento corregir a alguien me dicen que la técnicas les impide expresar lo que sienten, pero él no, él decía que no sabía nada de técnica porue todo lo aprendía de forma empírica. Se reconocía a sí mismo como mediocre, pero él no lo era, muchas veces se lo dije.
Su erotismo atrapaba, y eso me molestaba. Porque me hacía tambalear mis creencias. El tiene algo extraño, hasta el más fuerte se acercaba a él y terminaba destruyéndose. Más de una vez lo corrí y salí enseguida detrás a pedirle que no se vaya. Así estuvimos un tiempo. Hasta que por fin debí aceptar que personas así nacieron para pasar, pero no para quedarse. A él parecían gustarle de las personas precisa lo que todos rehuían: las cosas extrañas, la locura. Era de los que sentía fascinación por ver mujeres despeinadas, y odiaba el maquillaje. Era tan raro, un día le pregunté que por qué le gustaban esas cosas atípicas y dijo que era porque yanle habían gustado todas las cosas normales.
Vino a Barranquilla buscando rastros de su familia, de su abuelo escritor. Pero terminó estudiando francés y trabajando de pescador, no duro ni medio día. Jamás se había montado en un barco.
Una vez caminamos y cuando vio la estatua de Shakira se empezó a reír como nunca había visto a nadie hacerlo. Él era así, se reía de cosas que más nadie podía reírse, cosas muy íntimas que era inútil explicar. Como su literatura misma.
Antes de llegar aquí dijo que había venido de Santander.
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