Valeria Morales, Paris
Supe de él en el DF, me pareció encantador. Aunque sinceramente, soy de las que se informa bien. Era un tipo muy pero muy raro. Siempre tenías la sensación duda ¿Cómo? No sabías si él habia planeado todo tan bien, que parecía espontáneo.
Lo ayudé a venir a París, lo cierto es que desde que lo conocí me gustó. A pesar de que nomme hacía el mas mínimo caso, pero es lo que te digo, personas así te hacen sentir que te gustan precisamente por eso. Y, luego apareció ¿Por qué vino a mí, sabía desde el comienzo que me iba a necesitar? Me mantuve aislada, y eso me produjo un deseo incontrolable. Me daba miedo acercarme, porque sabía que detrás de su cara de tonto había algo sospechosos.
Me di cuenta que alejándome en vez de huir lo tenía todo el rato en mi cabeza. Llegaba de vez en cuando, justo los días que yo más lo deseaban ¿O acaso no, pero él me hacía creer que lo estaba deseando? Debía encontrar algo para drenar mis deseos por ese idiota patético, así que me dediqué a seguirlo. Vi cuando conoció a Elizabeth Bretón, es una artista que murió sin publicar nada, a ella también la espié un tiempo.
Se metía en piscina frías, era de familia adinerada pero andana en trapos de mendigo todo el tiempo. Eso sí, la chava se duchaba tres veces al día, aunque en París eso parece más un acto de sadismo que de aseo. Me di cuenta de que no podía tomar el sol porque su piel se mudaba como la de las serpientes. Dormía sin llaves tal vez esperando que alguien viniera y la matase. Recuerdo que un día no me pregunten que tipo de fuerza malévola me llevó a acercarme a su casa. Estaba recitando poemas de Baudelaire y Rimbaud, pero lo extraño es que lo hacía leyendo un libro de las obras de Nietzsche. Cuando de pronto empezó a gritar y mi instinto me llevó a entrar, pensé que había pasado algo. Era el grito de alguien que clama auxilio en el desierto. Cuando entre tenía cara de asesina, supe en ese momento que había cometido un error que podía costarme la vida. Me paralice y ella con un gesto agresivo y sombrío en su rostro, un gesto que parecía tallado en piedra. Tomo un lápiz y me empezó a dibujar. No sabía lo que estaba pasando ¿Iba a morir? Terminó un dibujo y era precioso, luego me hizo con gestos que me quitara la ropa, aún no sé por qué lo hice. Me dibujo toda la noche y cuando me fui sentí que alguien me había hecho el amor sin siquiera tocarme. Como dicen que lo hacen los escritores. Entonces me hube en mi cuarto y sentí una ardiente daga abriendo mi espalda: todo el tiempo había sido Ramiro.
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