Marta Valdes, Monterrey.
Era mi sobrino, me hacía creer en el futuro de la humanidad. En su familia ser escritor era una vergüenza. No los entiendo, tantos chavos estúpidos y en malos caminos, y sus padres ni una sola vez se interesaron en leer algo suyo. Creo que es normal en los venezolanos tener tesoros y no ser capaz de apreciarlos.
Hablabamos de poesía, era extraño, a pesar de ser un chavito te inspiraba ganas de hacer el amor (¿Complejo de madre de Edipo?). Recuerdo que a él le encantaba verme salir de la ducha. Decía que mis cabellos mojados parecían princesas derretidas. Eso quería decir "lágrimas de princesa", pero él prefería sorprender, y luego de tener tu atención, te explicaba cómo el rostro se contrae cuando lloras: como si hubiese una llama de fuego en tu nariz, y que las princesas son seres que sufren mucho porque tienen todo menos libertad. Eso tal vez no tenga nada que ver con mi cabello, pero hay cosas que de tan sólo pensarlas te llenan de emociones y reflexión, y toda reflexión emotiva desemboca inevitablemente a un deseo de lujuria muy hermoso. Más de una vez le hubiese hecho el amor si me lo pedía. Pero creo que él se aguantaba, no por asunto moral sino porque sabía que dejarme con ganas bien chingonas me haría recordarlo más, que si sólo cogíamos.
Recuerdo que se fue a vivir un tiempo en casa de una chava amiga, de mi hija, llamada Maria. Eso no terminó nada bien.
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