Georgina Andreina, Honduras.
El vino a mis clases, mis alumnos me dicen La Nazi porque les parezco muy estricta. Ramiro era el alumno más joven, aparte de eso no me pareció gran cosa. Hasta que empezaron a llegarme cartas anónimas. Juraba que eran cartas de un hombre, no de ese niño. Dije un día en clases que yo no salía con alumnos, fue para descartar y ver quién me mandaba las cartas. El dejó de asistir y las cartas no dejaban de llegar. Cuando fui a preguntar por él en las oficinas de la universidad, descubrí que no era alumno. Nunca paso lista, cada estudiante firma asistencia si quiere. Él me seguía a donde fuese, estudiaba mis pasos, y respondía todas las preguntas que sabía que me hacía, en cartas. Sus cartas eran tan bellas que sin darme cuenta terminé haciendo el amor con él, y no sé cómo. Con él uno siente que las cosas pasan de forma inevitable. Yo era la que más hablaba, él llegaba cuando lo necesitaba, muchas veces sospeché que él mismo ocasionaba todos mis problemas para ser mi héroe poeta; pero la pasabamos tan bien, que me gustaba. Un día dejamos de vernos, debía pasar. Eramos como leche y arequipe, es decir, yo muy refinada y el muy poeta. No era bohemio, el pensaba que la bohemia era un subsitema dentro del sistema. Me recordaba a Sabina, me hacía sentir joven de nuevo. No se crean, yo soy joven pero soy tan madura que me siento anciana. Y él no era idiota, era muy listo y vivía siempre en una constante lucha por ser libre y joven, un niño. Si algo me enseñó fue a que la libertad no es qué color de cabello usas sino algo sin nombre que tenemos dentro y que cuesta, hay que pelear con Dios sabe quién, quizás uno mismo, para conquistarla desde la conciencia. Lo más extraño de ésto es que él se fijara en mí, fijáte. Una mujer de negocios ¿Qué buscaba un poeta en clases de negocios?
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